El peligro en menores de la adicción a los videojuegos per Carme Escales

Unos adolescentes juegan a videojuegos en 3D en una feria de Barcelona. / Adriana Domínguez

Del verbo jugar, el diccionario recoge diferentes definiciones: hacer algo con el fin de entretenerse, divertirse o desarrollar capacidades, pero también someterse a reglas, y no siempre para divertirse, también con el único fin de ganar dinero. Jugar es perder y ganar o ganar y perder, habilidades, tiempo, dinero o capacidad de controlarnos. Si el juego se transforma en una afición extrema de la que se pasa a depender, hablamos de adicción. Cuando todo ello se junta en un videojuego en manos de niñas, niños y adolescentes, ¿Cómo proceder? Sobre ello hablamos con el psicólogo Roger Ballescà, coordinador del comité de Infància i Adolescència del Col·legi de Psicologia de Catalunya.

Videojuegos, algo que prácticamente todos los menores utilizan.
Tres estadios diferencian los grados de atención de menores a los videojuegos. El uso como tal, el uso abusivo y la adicción. De lo primero, hay muchísimos. De lo segundo, bastante, y ahora durante el confinamiento todavía más. Y nos preocupa. Lo que llamaríamos propiamente adicción, en niños y adolescentes que, aunque hay menos, pero nos inquieta mucho. Nos preocupa que el uso abusivo pueda conducir a una adicción.

¿Cómo prevenirlo?
Para que eso no suceda, hay que poner atención en las edades de los pequeños y pequeñas usuarios y en las características de sus juegos. Para empezar, los menores de 3 y 4 años no deberían estar jugando con videojuegos. En cualquier caso, en todas las edades se debe vigilar con qué videojuegos se entretienen y si están recomendados para su edad. Por lo que vemos, las familias no están lo suficientemente atentas a ello.

¿Qué hace que no presten la atención que merece la cuestión?
Por un lado por la presión social, por el contacto de sus hijos con los amigos a los que sus padres dejan jugar a esos videojuegos. Y por otro lado por cierta desidia y desconocimiento de los peligros que comportan algunos de esos juegos.

Y por desinformación o información errónea, tal vez.
Se tiende a pensar si un juego es adecuado o no para una criatura en función de factores como por ejemplo si les asusta o no, o si toleran ciertas escenas de violencia. Y es un error. Porque no es solo ese el problema, sino que los juegos no están diseñados para estas edades y eso puede hacer también que se enganchen más.

Recomendamos a las familias que, del mismo modo que dejan salir a sus hijos y se interesan por el lugar al que van, con quién van y qué van a hacer en la plaza, en la calle o en el campo de deportes, con los videojuegos deben hacer lo mismo, porque es también como salir de casa y encontrarse con otros. Incluso en algunos pueden realizar compras.

¿Qué recomiendan para valorar un juego?
No sólo deben fijarse en los códigos internacionales PEGI (Pan European Game Information –aevi.org / Asociación Española de Videojuegos), la regulación europea de la industria del videojuego, sino también uadre o no con su código educatxar-lo... com veieu) los padres deben mirar si cuadra o no con su código educativo, y cómo le está afectando en el día a día a su hijo o hija ese uso que hacen del videojuego.

Y siempre con un criterio de la mesura del consumo.
Claro. No pasa nada por comer una chuchería un día, pero no constantemente. Todo puede ser pernicioso o una gran cosa, como se suele decir, ‘la dosis hace el veneno’

Igualmente, las chuches dependerá de la edad.
Existe una recomendación de la OMS de que los menores de 3 o 4 años no usen ni teléfonos móviles, ni tabletas, porque no es bueno para su desarrollo psíquico y tampoco para la vista. Y, sin embargo, salimos a la calle y vemos a niños y niñas paseando en los carritos, incluso, y en lugar de mirar lo que pasa a su alrededor, se distraen con la tableta o el móvil de sus padres en sus manos. Así se genera cierta adicción a calmarse siempre con el uso de la pantalla, con contenidos audiovisuales, en lugar de hacerlo interactuando con su entorno. Es un grave error.

De nuevo, parece increíble que esa escena sea algo tan común.
Es por la falta de tolerancia a la frustración, la necesidad de las familias de delegar en el aparato tecnológico para satisfacer la frustración, a través del teléfono móvil, por ejemplo. Aparentemente mejora la situación, pero en realidad se está empeorando, porque no se gestionan correctamente las emociones. Si los padres no contenemos el malestar de los hijos, es difícil que ellos lo logren con el suyo propio.

De todos modos, hay una industria cómplice de nuestros enganches.
Sí, hay muchos juegos en el mercado diseñados para ser adictivos, utilizan mecanismos de recompensa como lo hacen las máquinas tragaperras que tanto daño han hecho en los adultos. Pensamos que no está suficientemente recogido ese potencial adictivo en el código de uso. Habría que tener en cuenta esa adictividad. Poder hacer compras o no o sobre la violencia de los videojuegos sí se recoge en los códigos, pero no la capacidad de crear adicción.

¿Los profesionales de la psicología qué están observando?
De los más pequeños hasta la pubertad vemos que sí se está haciendo un cierto abuso y de juegos que no siempre son apropiados para su edad. En los adolescentes predomina el uso masivo de videojuegos, un abuso, incluso con juegos para mayores de 18 años. También lo vemos en niños y niñas de 15 y 16 años e incluso más pequeños, pero los adolescentes son los que suelen pasar más rato encerrados en su habitación, son más autónomos a su edad y dejan de tener cierto espacio compartido para vivirlo más digitalmente en solitario.

Está claro que el videojuego es potencialmente un enemigo.
A los videojuegos no les tenemos que tener miedo, pero sí al uso que se hace de ellos a cierta edad y durante determinado tiempo. Igual que controlamos adónde van físicamente nuestros hijos e hijas cuando salen de casa, también con los videojuegos debemos tener cierto control, conocimiento de qué se puede hacer con cada juego. Porque los hay que pueden ser buenas herramientas pedagógicas.

Cuando el videojuego requiere realizar compras, la situación se complica.
En ese caso es doblemente peligroso, por la parte adictiva y por la parte económica. Y es un problema que en muchos casos afecta a los padres, pues algunos hijos toman a veces la tarjeta bancaria de sus padres para hacer las compras que demanda el videojuego.

¿Cómo identificar una situación si no adictiva, ya de camino a serlo?
Lo que hace falta, y puede ayudar mucho a identificarlo es fijarse en qué pasa cuando ese hijo o hija no puede jugar con el videojuego, cuando se le prohíbe durante un tiempo por ejemplo. Hay que observar si no poder jugar le genera ansiedad o altera su conducta con reacciones exageradas o irritabilidad. Si algo de eso se da, tenemos que empezar a pensar en adicción.

Imagino que en muchos casos como se les ve animados jugando, no preocupa.
Hay que disfrutar jugando con el videojuego y hacer un buen uso de él. Pero, otras dos cosas que nos deben hacer pensar en adicción es que por estar jugando con el videojuego, la persona no siga los horarios adecuados de descanso por la noche y que deje de hacer otras actividades por seguir jugando. Puede ser que abandone labores extraescolares que hacía o jugar en la calle, cosas que ha ido dejando de hacer. Todo esto también nos lleva a pensar que alguna cosa está pasando.

Todo por falta de límites.
Sí. No ser capaz de limitarse el tiempo de juego es lo que indica un problema. Es habitual que niños y adolescentes no sepan regular por sí solos el uso adecuado de los videojuegos, por lo tanto, eso no sería un indicativo de adicción por sí solo. Lo que sí lo sería es la reacción frente a un límite externo que es lo que deberían poner los adultos. La falta de límites está más en los adultos que en los menores. Son los padres los que deben regular y a menudo esperamos, equivocadamente, a que sean los propios niños y niñas quienes lo hagan solos.

¿Ese límite de cuánto debe ser en cada edad?
Esa es la pregunta estrella, cuántas horas se puede jugar a un videojuego. Y la respuesta no es simple. El juego se debe incorporar en las rutinas del día a día de niños y adolescentes. Deben hacer como mínimo cuatro cosas cada día: dormir las horas que tocan, que son 12 o 13 para los más pequeños y 8 horas en la adolescencia; las tareas de la escuela, en confinamiento y fuera de él, y ayudar en las tareas de limpieza y orden en casa; compartir espacios de tiempo en familia y, por último, destinar otro tiempo a hacer lo que les apetezca, un tiempo que será mayor en el caso de los adolescentes.

Ahí es donde puede anidar el peligro.
En ese tiempo para ellos no debemos marcarles tantos límites, pueden hacer deporte y actividades fuera de casa y usar videojuegos. Pero eso no quiere decir que no debamos asegurarnos de que juegan a videojuegos que son adecuados para su edad, y siempre y cuando se hayan cumplido los tres anteriores puntos esenciales a realizar en cada uno de sus días. Si lo cumplen, tampoco es tanto el tiempo que les queda.

¿Qué hacer si no se cumple?
La obligación de los padres es ayudar a diversificar. Si observando, te das cuenta de que se está generando un problema, hay que intervenir, regular el uso o incluso retirarles el teléfono móvil o el aparato que utilicen para jugar. Si es necesario, hay que buscar la ayuda de un profesional.

¿Se ha registrado un aumento de peticiones de ayuda a psicólogos y psicólogas?
Las demandas de ayuda de padres y madre por dificultades vinculadas a tecnología se han ido incrementando y es un problema que prevemos que crecerá. Afecta más a adolescentes por su mayor tiempo de ocio autónomo, pero hay que estar atentos también en franjas menores de edad porque los patrones de adicción que se inician precozmente continúan después y pueden tener mayores repercusiones.

¿Cómo se debe leer la laxitud de los padres ante una amenaza sí?
Lo que estamos viendo es que falta mucho conocimiento de los videojuegos por parte de las familias. Padres y madres debemos ponernos las pilas para enterarnos de a qué están jugando nuestros hijos e hijas. A nivel público tenemos a disposición a nuestros pediatras y médicos de familia para hacer consulta de nuestras dudas ante cualquier sospecha. Ellos nos pueden derivar a la red de centros de salud mental infantil y juvenil públicos en caso que sea necesario.

Sorprende que no haya un mayor control a los fabricantes que procuran a sus videojuegos el componente adictivo.
Nuestra sociedad es víctima de las ansias de las empresas para vender más y, en este caso, para ello juegan con la infancia y la adolescencia. Que nuestros hijos e hijas jueguen con videojuegos está bien, pero que los videojuegos jueguen con nuestros hijos e hijas es inadmisible.

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