Lo imprevisto, por Isaac Azor

El otro día tuve una de esas experiencias desagradables como educador, esa en la que te encuentras por la calle a un chaval de esos con los que has trabajado un montón de años, uno de esos con los que has creado un vínculo especial, de esos a los que le has dedicado tiempo y energías, de esos que te han dado grandes disgustos pero a los que les has tenido un cariño especial. De esos que cuando se hacen mayores y se van del centro te cuesta y les deseas lo mejor de corazón y confías que pueda ser así. Y de pronto, una mañana estás tomando un café en un parque y le ves pasar por allí y de primeras te entra una gran alegría de verle, hasta que conforme se va acercando a ti, esa emoción positiva desaparece. 

Entonces le ves sucio, delgado, con la mirada ausente y te sorprendes cuando le saludas y le cuesta reconocerte. Y tu cuerpo se empieza a estremecer cuando le vas a abrazar y te das cuenta que apenas se deja. Le notas afectado por la vida de la calle, atrapado por las drogas, pero no solo eso, sino que le percibes que se ha abandonado, que se ha dejado caer.

Os estoy hablando de Juan, de nuestro querido Juan, recuerdo perfectamente sus últimos meses en el centro residencial. Estaba mal, se escapaba para drogarse, se enfadaba mucho, no era capaz de controlar su ansiedad, iba y venía sin rumbo, el cambio a un recurso más especializado que pudiese contener, acompañar su adicción y su inestabilidad emocional, parecía inevitable. Pero quienes estábamos cerca de él, teníamos dudas, porque sabíamos que Juan nos necesitaba. Aunque se escapase y pasase perdido horas, siempre regresaba y nos buscaba, aunque se alterase y se pusiese agresivo, después se arrepentía y sentía muy mal por ello. Nos daba miedo que si Juan cambiaba de recurso pudiese perder ese vínculo que le sostenía mínimamente y se dejase caer emocionalmente, siempre se puede estar peor de lo que uno cree.

Juan estaba con nosotros desde que tenía doce años, ahora rozaba los diecisiete. Sus padres se separaron cuando era pequeño y él nunca había superado esa situación.

Con lo grande que ya era, seguía deseando que sus padres volviesen a estar juntos. Tras varios años de relación con ambos, nos dimos cuenta que Juan tenía un vínculo más saludable con su padre y que su futuro podría pasar por mejorar y afianzar la relación con él. La intervención con Juan, se convirtió rápidamente en la intervención con Juan y con Javi, su padre. Con Javi también se fue creando un vínculo, él siempre había desconfiado de los servicios sociales y de cualquier intervención profesional, pero poco a poco se fue generando una relación que le hizo confiar y exponerse a poder reorientar el rumbo de su vida junto a su hijo. A Juan le costaba mucho avanzar, pero en cambio Javi daba pasos y
parecía querer seguir adelante.

Cuando al final todos nos convencimos de que Juan necesitaba un cambio de centro, se lo comunicamos a su padre y le intentamos hacer partícipe de la decisión. De primeras le costó encajarlo, le daba miedo perder la seguridad que le ofrecía nuestro recurso y nuestra relación, pero finalmente confío y aceptó implicarse en el cambio. En pocos días se produjo el traslado, no fue fácil, pero en el fondo sabíamos que se necesitaba algo que aportase una nueva esperanza a la situación. Pasadas las primeras semanas de aislamiento, hablamos con Juan y tuvimos una grata sorpresa, estaba bien, le había costado adaptarse pero había dejado de consumir, se le había ajustado la medicación, comenzaba a retomar hábitos de vida saludable y sobre todo empezaba a vincularse con sus nuevos educadores. Pasados un par de meses fuimos a visitarle en varias ocasiones, se alegró mucho de vernos, había desaparecido en él el rencor inicial que le produjo el cambio, Nosotros también respiramos tranquilos, le vimos contento, recuperado y nos dijimos que podíamos estar satisfechos con la decisión, que Juan no había roto el vínculo y no se había dejado llevar por la tristeza que muchas veces le invadía.

Así fueron pasando los meses, llegó el momento que Juan pudo disfrutar de salidas y en la primera vino a vernos, contento y muy recuperado, quería contarnos su día a día y también sus planes de futuro, pronto cumpliría los dieciocho y dejaría el centro.

Y claro, ahora os preguntaréis, ¿qué pasó para que Juan poco tiempo después estuviese tan mal como os he contado?. Pues imagino que como casi todo en la vida habrán confluido un cúmulo de circunstancias, pero al ir conociéndoloas había una muy significativa. Y justamente era una que no habíamos previsto y se llamaba Javi. Todos pensamos en el impacto que podría tener para Juan el cambio de centro, pero nos olvidamos de preveer cómo podría afectar a su padre. Javi pasó de tener que hacerse cargo de su hijo todos los fines de semana a verse sin esa responsabilidad. Aunque apenas la ejercía o lo hacía de forma inadecuada, para él significaba una motivación, algo a lo que agarrarse cada día. Tras el cambio todos nos preocupamos de si Juan generaría nuevos vínculos con los educadores, pero nos olvidamos de si Javi también lo haría. Porque con Javi habíamos construido una relación, generando también un vínculo, y éste se había convertido en el mejor punto de enganche con Juan. Formábamos una alianza, que aunque apenas avanzaba y estaba llena de dificultades, les daba seguridad. Y ahora ésta se había roto y el efecto fue demoledor e imprevisto.

Javi fue el que sorprendentemente se abandonó y se dejó caer, se alió de nuevo con las drogas, a las que había dejado enterradas muchos años atrás, se rompió afectivamente y acabó por una fatal casualidad ingresando en prisión. Ninguno lo hubiésemos creído si nos lo hubiesen contado un año antes, pero así fue. Y su hijo Juan no pudo soportarlo y cayó arrastrado detrás de él. Ahora tenía a su madre, con ella salió del centro al alcanzar la mayoría de edad, pero ya sabíamos que eso no podía funcionar.

A veces no llegamos a creernos el auténtico poder del trabajo con las familias, pensamos que todo nos lo jugamos con el niño, niña o adolescente, que ese es nuestro encargo. Pero todo es mucho más complejo, todo está conectado por una red a veces oculta de la que no podemos menospreciar su fuerza. La intervención familiar no es solo formación y corrección sobre pautas educativas, lo realmente transformador es la relación, el vínculo, la aceptación, la acogida, esa es la llave para que se produzca el cambio y algunas veces, como en el caso de Juan nos olvidamos de ello y lo imprevisto acaba condicionando la realidad.

NoloTarín, febrero de 2021

Isaac Azor Soy Educador Social, Psicopedagogo y eterno estudiante, ahora Psicología. Educador de profesión y vocación, también de convicción. Amante de la montaña y del deporte.

https://educadordemenores.com/2021/02/23/lo-imprevisto-pensamiento-de-nolotarin/?fbclid=IwAR3qNFxWmdmR3NKO4NnQKjAFD9CkQHHAKzz3LbPjHHJ1GBwc2q--Gwq21hk

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