Criminalidad e infancia por Adriana Bugacoff
Extraído de:
Superyó y filiación. Destinos de la transmisión.
Kreszes, Haimovich, entre otros
Laborde Editor. Rosario, 2001
Introducción
La cuestión de la criminalidad en la infancia comenzó a despertar mi interés a partir de la difusión que han tenido diversos crímenes perpetrados por algunos niños contra otros en el año 1994. Nos hemos enterado a través de la prensa. Simultáneamente, en nuestro país se comenzaba a instalar, enmarcado fundamentalmente alrededor del tema de la seguridad, el problema del incremento de la delincuencia. De una estadística publicada por el diario Clarín el 12 de Abril de 1995 se deducían dos cuestiones. La primera: el aumento de la delincuencia. La segunda: la disminución de la edad de inicio en la carrera delictiva. Asistíamos entonces, a través de los medios, a la instalación de dicha problemática en nuestra sociedad. Han pasado ya algunos años desde entonces, y hoy día el tema está absolutamente presente en la opinión pública.
Para comenzar a desarrollar el tema, quería comentar algo que ocurrió hace aproximadamente quince años en un Hospital de Zona Sur del Gran Buenos Aires, cuando atendí a un jovencito de catorce años que llegó al Consultorio Externo del Equipo de Adolescencia enviado por un Juez. El joven había matado al tío, el hermano del padre, de un modo accidental.
Aparentemente existían viejas rivalidades entre el padre de este joven y el tío: quien lo humillaba permanentemente. En defensa de este padre humillado el joven toma un rifle, sólo con la intención de amedrentar al tío. Se le escapa un tiro que no lo mata instantáneamente sino seis meses después. Durante ese tiempo, permanece en coma. En ese período, el joven permanece detenido con medidas tutelares, aún mientras no estaba definido cuál habla sido el delito cometido.
La situación del joven era sumamente complicada porque ya llevaba un año en el Instituto de Menores, con una conducta ejemplar. El juez debía resolver si volvía al seno de la familia o no. La decisión suponía un pronunciamiento respecto a su peligrosidad futura. Pero ¿qué es lo que hacía dudar al Juez? El joven era un modelo en el Instituto. En las consultas, cuando se refería a su permanencia allí, su comentario recurrente era: "cuando hay lío, yo, no sé". Por otra parte, tomaba con agrado todas las propuestas educativas, al punto tal que había aprendido un oficio estando internado.
Lo que se desprendía de lo que el Juez comentaba era que su hipótesis respecto al crimen era que este joven sólo había sido el brazo actuador del padre. Esta lectura del crimen lo enviaba a una encrucijada: ¿si se trataba de un joven tan obediente, qué es lo que garantizaba que no volviera a obedecer al padre, aún si éste lo indujese a hacer algo incorrecto? En ese sentido, las medidas tutelares ofrecidas por el Instituto de Menores aparecían complicadas de leer. Había dos posibilidades: las medidas tutelares son excelentes en nuestro país, por lo cual reinsertan a un joven descarriado en la sociedad; o bien, el lazo de obediencia en relación con el padre se reproducía en su conducta en el Instituto. Frente a la disyuntiva, el Juez decidió, como diría Foucault, recurrir al especialista. Este debía evaluar a la "familia" y emitir su juicio respecto a la capacidad del joven para discernir entre el bien y el mal. Para mí, quedó signada como una de las situaciones profesionales más complicadas por las que tuve que atravesar en los inicios.
Aunque en el relato que elegí, el implicado era un joven adolescente, nosotros fundamentalmente nos vamos a dedicar a tratar de ubicar algunas cuestiones a propósito de la criminalidad pre-puberal.
Trataremos de distinguir diferencias, si las hubiere, entre un crimen perpetrado en la infancia y otro perpetrado en la post-pubertad. Además, agreguemos que inclinarse por un camino u otro (no hay diferencias entre un crimen y otro; o bien, las diferencias entre ellos son tajantes) lleva a posiciones éticas y jurídicas radicalmente distintas.
La problemática de la criminalidad en la infancia tiene múltiples aristas abordadas desde diferentes disciplinas.
Genéricamente, podríamos decir tomando la perspectiva de Donzelot (1), que las diferentes disciplinas -Derecho, Sociología, Asistencia Social- al ocuparse de la delincuencia juvenil e infantil, lo hacen en dos direcciones: tratar de proteger a la infancia considerada en peligro, para evitar que pase a ser infancia peligrosa, y ocuparse de la infancia peligrosa, es decir de aquella infancia de la que hay que protegerse.
Para que estas disciplinas surjan se requirió que la infancia en tanto tal sea abordada o tomada en cuenta como etapa separada de la adultez, con necesidades y singularidades propias. El historiador Philippe Aries desarrolló cómo la noción de infancia nació en Francia con el surgimiento del Estado moderno, es decir en el pasaje del Antiguo Régimen a la Revolución Francesa.
Esta idea de Philippe Aries nos permite formular las siguientes preguntas: ¿A partir de qué momento, fechable históricamente, el niño tiene un estatuto jurídico protegido del adulto? ¿A partir de qué momento empezaron a ocuparse jurídicamente del niño en peligro?¿A partir de qué momento se empezó a tratar al niño peligroso con derechos diferenciables de los derechos del adulto peligroso? En otros términos, ¿a partir de qué momento surgen los Tribunales de Menores?
Dejaremos planteadas dichas preguntas e incluiremos una perspectiva histórica. En EEUU quienes se dedicaron al niño peligroso y al niño en peligro fueron los integrantes del "Movimiento redentor del niño" (2). Fue esencialmente un movimiento de clase media, que estuvo en manos de mujeres altruistas, humanitarias y pudientes, cuya función era salvar a quienes en el orden social tenían una posición poco afortunada.
En Francia, quienes se dedicaron al niño peligroso y al niño en peligro fueron los integrantes del "Movimiento filantrópico". Hacia finales del Siglo XIX surgieron los Patronatos de la Infancia, los Tribunales de Menores y los Reformatorios, es decir, las instituciones que se dedicaron a aislar a los niños peligrosos y a proteger a los que estaban en peligro.
La Revolución Francesa posibilitó, a partir del surgimiento del Estado como institución cuya función era la de cuidar el bien público, la creación y la regulación de las relaciones entre lo público y lo privado.
A partir del siglo XVIII comenzó a proliferar literatura médica sobre el cuidado de los niños y su educación. Dicha literatura estaba destinada al cuidado de los niños ricos y burgueses. La Filantropía surgió como un movimiento dedicado a cuidar la economía social, proponiendo formas indirectas de controlar la vida de los pobres con el objetivo de disminuir el costo social, en tanto en las clases populares no ingresaban ni las ideas higienistas ni las educativas. Las instituciones y leyes que protegen al niño surgieron en el seno de ese espíritu y constituyeron lo que se conoce como "complejo tutelar". Consistía en un sistema de tutela de las familias pobres en manos del Estado, encarnado en personajes como el Juez, el Asistente Social, el Alienista, etc.
Las leyes eran tendientes a traspasar el poder de la familia hacia el Estado. Si bien es cierto que en dicho traspaso lo paterno queda encarnado en el Juez, como representante del Estado, su anonimato en lo que de transmisión atañe al padre del nombre en las familias pobres socavaba indirectamente la autoridad paterna.
Sobreviene la desmaterialización del delito (3), que sitúa al menor en un dispositivo de sentencia perpetua como modalidad de observación y control. La dimensión del delito se pierde paulatinamente, y comienza a privilegiarse la evaluación de la personalidad del niño y la familia juzgada, en manos de especialistas al servicio del Juez. La paradoja es que es el propio sistema judicial quien fabrica sus delincuentes (4).
Modalidades actuales de ataque a lo filiatorio que el niño encarna.
Estamos en un tiempo en el que existe un ataque a lo filiatorio que el niño en su condición de tal encarna. En principio creemos, que dicho ataque puede presentarse bajo dos formas. La primera de ellas podría formularse en los siguientes términos: "no respondes como un eslabón de la cadena, respondes vos". Las corrientes que proponen, entre otras cuestiones, bajar la edad de penalización, como asimismo las prácticas dominantes actuales, es decir el consumo y la comunicación van en esa linea de ataque (5): se espera que los niños respondan. La segunda modalidad de ataque a lo filiatorio es extrema y la desarrollaremos posteriormente.
La tesis central del libro ¿Se acabó la infancia?(6) es que las prácticas dominantes antes mencionadas, no sólo no mantienen la diferencia moderna (no actual) entre mundo infantil y mundo adulto que constituyó simbólicamente la niñez, sino que la anulan. Cabe aclarar, que estos autores no sostienen que han desaparecido los niños, sino que lo que se acabó es la infancia como institución imaginaria moderna o como aquella clase en espera de la adultez, frágil e inocente, a la que hay que proteger.
Afirman que habría un desacople entre lo que los niños efectivamente son y lo que se supone deberían ser como miembros de la clase infancia. En otros términos, si la infancia es un producto de las relaciones entre lo público y lo privado -esto lo trabajábamos con Donzelot- con la caída del Estado en su función asistencial sobreviene una crisis en la infancia. Se ha producido una transformación del Estado-nación en Estado técnico-administrativo. Los autores suponen -y coincido- que dicha transformación del Estado implica en correlatividad una transformación de la subjetividad. Como de lo que se trata es de la caída Estado en su función asistencial, lo que se produce es un pasaje que va del ciudadano tomado como interlocutor al consumidor. El niño es tomado como un consumidor más, o en el plano de la comunicación, como un opinador más. La infancia cae, pues la categoría de consumidor, a diferencia de la de ciudadano, no conlleva distinción etaria. La categoría ciudadano porta dicha distinción: el niño está a la espera de ser un ciudadano, para poder entonces tomar decisiones con consecuencias en lo real. En ese pasaje de categoría, situable en correlación con la caída de la función asistencial del Estado, se pretende conminar al nieto a responder.
Sin embargo, conviene adjuntar la siguiente perspectiva: aunque los niños opinen o voten leyes, la palabra de un niño no tiene valor performativo. Es decir que su voto no tendrá ninguna consecuencia fuera de la escena de ficción que la votación en tanto juego implica. Aún cuando los medios se dirijan al niño cual si fuese un consumidor o un ciudadano más, probablemente esto no sea más que una estrategia de quien propone el juego para darle al mismo, una apariencia de realidad más o menos lograda.
Nos referiremos ahora a la segunda forma de ataque a lo filiatorio. Es extrema, e implica deliberadamente elegir como blanco de destrucción al niño, por su desvalimiento, precisamente en tanto eslabón, es decir por su relación con la generación anterior y por sus potencialidades con las siguientes generaciones. Algunas prácticas de la guerra en la actualidad son pasibles de ser leídas en esos términos. Una de estas prácticas es la creación de minas a muy bajo costo, y de muy difícil desarticulación posterior, por lo cual son las armas que más fácilmente se eligen, con apariencia de juguetes para que sean tomadas por los niños.
Otra práctica extrema es la utilización de niños para pelear. No se recurre a ellos por haber pocos adultos varones para la lucha, sino porque obedecen fácilmente, y porque pueden ser sumamente despiadados a la hora de matar.
El adulto utiliza la condición de niño/hijo produciendo prematuramente, un acceso a lo real de la muerte, sin mediatización alguna, y a los fines de obtener destructores más eficaces.
La tercera práctica: se trata de un objetivo explícito, herir a los niños dejándolos tullidos y no matarlos. La lógica es que matar a un niño tiene costo afectivo exclusivamente para la familia, en cambio, si se lo deja tullido, al costo afectivo y económico para la familia, se le suma el costo social para el Estado, que debe hacerse cargo una vez finalizada la guerra. Agreguemos por otra parte las consecuencias en lo social que supone contar con adultos que siendo niños han matado despiadadamente, o bien personas adultas tullidas y con las capacidades generatrices y productivas mutiladas desde pequeños. En las familias no sólo hay huérfanos, sino que además el enemigo le ha robado la infancia a los niños, intencional y despiadadamente, para que el costo se pueda multiplicar en las generaciones posteriores.
¿Criminalidad e infancia?
Retornemos entonces, la cuestión inicial: las distinciones -si las hubiera- entre crímenes en la infancia y crímenes en la post-pubertad. Si bien todo crimen es horroroso y partimos del supuesto de que no tendría que haber ocurrido, cuando nos topamos con un crimen cometido en la infancia la dimensión del horror se presentifica de un modo más marcado; quizás debido a que, por nuestros hábitos, la niñez -como la ubican Corea y Lewcowicz (7)- queda enlazada a las imágenes de inocencia y fragilidad. Ellos lo dicen así: "No habría nada más siniestro que lo angelical de la infancia matando hacia lo diabólico". Aunque es una buena perspectiva de inicio para situar las razones del horror y la extrañeza que dichos crímenes generan, podemos señalar que nos horrorizan porque entendemos que el juego en tanto fantasma inocente, protege al niño del acceso a la muerte y a la sexualidad. Tomando la referencia etimológica del término "crimen", que P. Legendre comenta en su texto sobre el crimen del Cabo Lortie (8), a propósito de la capacidad para "discernir" o "discriminar", podríamos concluir que un niño no puede cometer un crimen.
Un chico no mata al amiguito porque juega a los soldaditos, es decir que la ficción que el juego porta lo protege del acceso a lo real. El juego en tanto escena de ficción posibilita el armado de una zona inaccesible, ya que ubica algo del orden del fuera de juego. Si bien juego y muerte se excluyen, los juegos fúnebres formaban parte del rito funerario al punto de que se ha llegado a afirmar que todos los juegos tienen un carácter mortuorio.
El juguete, si el juego le otorga ese estatuto, abre el camino hacia la ficción por su relación con la representación (con la imagen y con el cuerpo), con la temporalidad, con el residuo y con la muerte. Desde las miniaturas de la Edad Media hasta la Barbie, ha habido un largo camino y actualmente se ha producido un avance en la relación con el juguete más ligado al valor de cambio que al valor de uso. Sin embargo, es sorprendente detenerse en la variedad de lazos que un niño puede tener con los juguetes. Ya que no sólo se trata de los múltiples objetos que pueden cobrar estatuto de juguete (partes del propio cuerpo, restos de los objetos de los adultos o juguetes adquiribles en el mercado de consumo), sino que además las relaciones con los juguetes pueden ser múltiples. Nos encontramos con niños que están interesados sólo por aquellos juguetes capaces de reproducir fielmente los objetos del mundo de los adultos. Habrá otros niños que se relacionan con los juguetes al modelo del zapping (9).
Quisiera poner en relación los siguientes términos: juego, temporalidad y muerte, a través del relato de un fragmento del tratamiento de un niño. La voracidad por cuanto juguete hubiera en el mercado, en particular los Transformers, sus incansables ruegos para lograr que se los compraran, así como la vertiginosidad asombrosa con la que se cansaba de los mismos, condujo entre otras cuestiones, a que sus padres lo trajeran a la consulta. En nuestros primeros encuentros, el niño se presentaba como un glotón de juguetes: necesitaba con fruición jugar con todos y cada uno de los juguetes, a una velocidad increíble. Ningún objeto cobraba sin embargo, estatuto de juguete, pese a que la manipulación de cada uno de ellos era acompañada con expresiones de exagerada admiración. Para irse del consultorio, necesitaba llevarse algún objeto, ya sea con mi consentimiento o sin él. Con el correr de los difíciles encuentros, comenzaron a tomar cuerpo con estatuto de personajes, los protagonistas de la película en la que los juguetes cobran vida: "Toy story". La vertiginosidad del juego, el riesgo físico al que frecuentemente se exponía (buscando límites, según el decir de los padres), pero sobre todo, la condición de inmortalidad o más exactamente, la condición de objeto inerme que cobra vida comenzaron a descansar sobre esos personajes con el consecuente alivio del niño.
Aún cuando un niño cometa un asesinato, no está en condiciones de responder por el deseo que vehiculiza su acto, y es esto lo que emparentamos con la posición de hijo. Quizás podemos afirmar, que la noción de inimputabilidad está apoyada sobre estas particularidades de la subjetividad. Cuando un niño mata a otro suponemos que algo del armado de la escena de ficción está en complicaciones: la muerte real que debería haber quedado por fuera gracias al de jugando, interviene malogrando la dimensión lúdica. Esto remite necesariamente a lo que de lazo filiatorio está en juego allí, no sólo porque todo crimen puede ser pensado en estos términos, sino porque quizá, podemos afirmar que la infancia, entendida como el tiempo de la vida de los seres hablantes para encarnar la posición de hijo, sin el desdoblamiento que la adultez permite por la relación a la "otra escena", es uno de los nombres modernos del lazo filiatorio. Se requiere del de jugando para que dicha posición se sostenga y se ponga en juego.
Otra perspectiva posible, a la hora de dar cuenta de los asesinatos cometidos por niños, es incluir algunas de las consecuencias que extrae P. Legendre (10) cuando se refiere al primer crimen de la humanidad: el homicidio de Abel por Caín. Lo primero en lo que Legendre se detiene retornando los comentarios talmúdicos y los del Midrash, es en la dimensión enigmática, cuando de lo que se trata es de responder a la pregunta incansablemente replanteada: ¿por qué este crimen? El autor afirma: "Estamos en definitiva, en presencia de algo que no se sabe a causa del silencio del texto[...] Lo sagrado aquí nos remite a la dimensión del abismo, a los límites de lo hablable, a la opacidad del homicidio en tanto acto desarraigado de la palabra"(11). La segunda cuestión en la que Legendre se detiene es que la escena bíblica permite plantear la siguiente fórmula: "un hijo mata a un hijo". Lo dice así: "La fórmula da a entender directamente la implicación del padre. En este sentido el padre preside esta escena de homicidio, corno preside la de la filiación"' (12).
Leer los asesinatos cometidos por niños, a la luz de estos aportes puede sernos de utilidad. Por un lado, nos permite subrayar la dimensión de enigma que los acompaña. Por otra parte, si coincidimos en que una definición posible de infancia es la de un tiempo de la vida de los hablantes para encarnar la posición de hijo sin el desdoblamiento que la adultez permite, un niño matando a otro refuerza la fórmula: "un hijo mata a otro hijo". Podríamos concluir que estos asesinatos son el paradigma por excelencia del ataque a la filiación, ya que un niño que mata a otro, transforma (pero no a través de una varita mágica) la potencialidad que ese otro niño/hijo corporiza en puro desecho. En ese movimiento la muerte se duplica: mata a otro, y simultáneamente mata su propia potencia de jugador. ¿Se tratará acaso de un intento de transformación del otro en juguete, pero en su dimensión de despojo, más que a consumir para ser consumido(13), más que a transformar a expropiarle cualquier posibilidad de hacerlo? En otros términos: ¿Acaso ese niño jugaba a aniquilar un juego, como modo de llevar a cabo el deseo dominante: ser grande? Quizás se trata como en un videogame, de jugar a que juego y muerte no se excluyan.
Notas:
1- Donzelot, Jacques, La policía de las familias, Editorial Pre-textos, España, 1990.
2- Platt, Anthony, Los salvadores del niño. Editorial Siglo XXI, México, 1982.
3- Donzelot, Jacques, La policía de las familias, Editorial Pre-textos, España, 1990. Pag. 115.
4- Donzelot comenta el siguiente ejemplo: "el internamiento en un centro de un niño demasiado vagabundo es una medida educativa que puede ser decidida sin que el menor haya cometido el menor delito, pero si se fuga comete un delito y se hace acreedor de diligencias penales". Donzelot, Jacques, La policía de las familias, Editorial Pre-textos, España, 1990. Pag. 112.
5- Al margen de que un aspecto no poco importante del problema está enmarcado en la discusión acerca de las relaciones entre lo público y lo privado porque, efectivamente, cada vez se ve más amenazada la propiedad privada, y las soluciones que se proponen conducen a aumentar los sistemas de control.
6- Corea, Cristina y Lewcowicz, Ignacio, ¿Se acabó la infancia?. Ensayo sobre la destitución de la niñez, Editorial Lumen Humanitas, Buenos Aires, 1999.
7- Corea, Cristina y Lewcowicz, Ignacio, ¿Se acabó la infancia?. Ensayo sobre la destitución de la niñez, Editorial Lumen Humanitas, Buenos Aires, 1999.
8- Legendre, Pierre, El crimen del Cabo Lortie. Tratado sobre el padre. Editorial siglo XXI, México. 1994.
9-El zapping es un modo de consumo de las imágenes mediáticas que las tritura. convirtiéndolas vertiginosamente en desechos
10 - Corea, Cristina y Lewcowicz, Ignacio, ¿Se acabó la infancia?. Ensayo sobre la destitución de la niñez, Editorial Lumen Humanitas, Buenos Aires, 1999.
11 - Corea, Cristina y Lewcowicz, Ignacio, ¿Se acabó la infancia?. Ensayo sobre la destitución de la niñez, Editorial Lumen Humanitas, Buenos Aires, 1999. Páginas 114-115. El subrayado es del autor.
12- Corea, Cristina y Lewcowicz, Ignacio, ¿Se acabó la infancia?. Ensayo sobre la destitución de la niñez, Editorial Lumen Humanitas, Buenos Aires, 1999. Página 117.
13 - Una persona que asistía al seminario comentó algunas cuestiones que reproduciré a continuación: "Allí donde no hay juguete, se arman juegos con el propio cuerpo, a costa del cuerpo y poniéndolo en riesgo. Algo que me llamó la atención en un sector es que los chicos muy chiquitos juegan en los containers de la basura v el juego consiste en prender fuego con ellos adentro y poder salir sin quemarse".
http://www.vivilibros.com/excesos/14-a-02.htm
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