“La incapacidad para el cambio”


Estos días no puedo dejar de pensar en Jose. Me invade su recuerdo, me preocupa su futuro, pero sobre todo me inquieta cómo hemos llegado a esta situación. Posiblemente Jose es el último caso de una larga lista de menores sobre los que actúa el sistema de protección desde bien pequeños, que crecen en instituciones que les intentan aportar lo mejor de si mismas, pero que cuando se hacen mayores parece que echan por la borda todo el trabajo realizado con ellos. 

Jose y sus hermanos nacieron y pasaron su primera infancia en un entorno muy carencial; la precariedad económica, el consumo de drogas y la violencia rodeaban a unos niños que merecían poder crecer sin tantos condicionantes y en un entorno más esperanzador. Técnicos de los servicios sociales, profesores, incluso algún voluntario, contribuyeron a que Jose y sus hermanos accediesen al sistema de protección de menores. El acogimiento residencial les permitió vivir una segunda infancia con más oportunidades y a la vez mantener la relación con una madre a la que se sentían vinculados a pesar de la situación. Han pasado ocho años de intenso trabajo educativo, de altísima inversión en recursos de todo tipo (formativos, deportivos, de tiempo libre…). Pero Jose, cuando aún le quedaban dos años para alcanzar la mayoría de edad, ha decidido regresar al entorno familiar precario y carencial del que se le intentó “rescatar”. Su marcha no puede dejar indiferente, no solo por el afecto y la vinculación, sino también por las dudas y preguntas que puede suscitar respecto a nuestra labor profesional. A mi parecer uno de los aspectos más duros del trabajo educativo es convivir con infinidad de casos que “acaban mal”. 

Me parece sobrecogedor tener que aceptar que con ellos no podemos hacer nada, que no está en nuestras manos, que hay una parte del cambio que depende de la propia persona… Imagino que el médico que trabaja con enfermedades difíciles sentirá algo parecido, aunque en nuestro caso la relación educativa y las oportunidades rechazadas lo hacen más gravoso. Otras veces he escrito sobre las segundas oportunidades, sobre el fruto del trabajo educativo en el medio o largo plazo, pero hoy no me consiguen consolar mis propias argumentaciones. Me enfrento a la demoledora realidad de la incapacidad para el cambio, que hoy afecta no solo a Jose, sino a todos los profesionales que hemos actuado con él. Las típicas preguntas que continuamente nos lanzan los “enemigos” de lo social y lo educativo dejan hoy de ser inocuas: ¿Es posible romper el círculo de la marginalidad y la pobreza?,¿Cuál es la capacidad del trabajo educativo para generar cambios?, ¿Son adecuadas las medidas que articula el sistema de protección? ¿Vale la pena tanta inversión de recursos para tan escasos resultados?… 

Pero tranquilos, que no me voy a doblegar ante ellas, ni se va a apoderar de mí el pesimismo existencial que transmiten. Está claro que ni Jose, ni nosotros hemos podido esta vez, pero han existido muchas más veces y aparecerán muchísimos más casos. Pero tampoco me satisface el victimismo (“no podemos hacer nada”), ni la culpabilización (“ha perdido su oportunidad”). Hoy aprendo que el trabajo educativo supone aceptar que a veces no podemos generar cambios, pero a la vez creer firmemente que la persona siempre tiene posibilidades de hacerlos. Esta afirmación para mí supone un doble compromiso: Uno actitudinal; comprender mejor la compleja situación que viven muchos menores y reafirmarse en la apuesta incondicional por cada caso nuevo que nos llegue. Y otro técnico; evaluar con rigor la intervención que hemos realizado. Y hacerlo no tanto para valorar resultados o establecer responsabilidades, sino principalmente para mejorar nuestro conocimiento sobre la realidad de casos como el de Jose. 

Y poder explorar entonces nuevos modos de intervenir con realidades tan complejas, que puedan mejorar nuestra respuesta. Sólo así nuestro trabajo podrá escapar de la frialdad institucional o del exceso de voluntarismo profesional que pueden crear estas situaciones. Que Jose retome en un futuro algunos beneficios de nuestra intervención parece una posibilidad. Si somos capaces de aprender de este caso, será una realidad que otros menores puedan encontrar una mejor respuesta a sus necesidades.

http://educadordemenores.wordpress.com/

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