Con el voluntariado: una lección de felicidad per Laura Calçada


Ernesto López, voluntario de ”la Caixa”, ha entendido el valor de una sonrisa gracias a Mateo, un niño autista al que acompaña cada semana en sus clases de natación junto con otros estudiantes con TEA del colegio Leo Kanner.

Creer en las personas, en su capacidad para crecer, trabajar y superar adversidades, creer en un futuro mejor y en una sociedad con más oportunidades, es creer en el voluntariado. Hoy contamos el caso de Ernesto, un voluntario de ”la Caixa” que ha entendido el valor de una sonrisa gracias a Mateo, un niño autista al que acompaña en sus clases de natación. Esta es una de las historias, de compromiso e ilusión, que inspira la nueva campaña de la Fundación que tiene como lema: Nosotros lo llamamos ”la Caixa”.

Ernesto López es voluntario de ”la Caixa”. Durante 30 años ha trabajado en una oficina de la entidad y, desde que se jubiló, además de pasar tiempo con su familia y amigos, tiene una cita semanal con Mateo, un niño con un trastorno del espectro autista del colegio Leo Kanner de Madrid.

Ernesto, un voluntario de ”la Caixa” que ha entendido el valor de una sonrisa gracias a Mateo, un niño autista al que acompaña en sus clases de natación

Antes de conocer a Mateo, Ernesto colaboraba como voluntario esporádicamente, ya que no quería comprometerse con nada en concreto: escogía las actividades que más le interesaban y mejor le venían por temas de horario, las hacía y… ¡a por otra! Con Mateo la cosa cambió. “Esta actividad es de continuidad”, afirma Ernesto, “porque los niños lo que necesitan es que sean las mismas personas las que venimos cada semana”.

Cada jueves, los dos se encuentran para nadar en la piscina de un polideportivo madrileño junto con otros niños del colegio Leo Kanner y sus educadores. Ernesto se encarga de dirigir a Mateo, vigilar que no se quite el gorro o el bañador, que no trague más agua de la cuenta o que no salte a otro carril de la piscina. Ernesto asegura que dentro de la dificultad que supone mantener una relación con un niño autista, “Mateo es adorable, supertierno y cariñoso”. Él está seguro de que cuando le habla, el niño le entiende: cuando lo anima a que toque la pared y a la de tres se impulse hacia atrás, a la de tres Mateo se impulsa hacia atrás.

El gran mito de las personas con autismo es el de que están en su mundo”, afirma Juanjo López Expósito, director del colegio Leo Kanner. “La gente piensa que no se comunican, que no juegan o que no les gustan las relaciones entre iguales. Lo que pasa, en realidad, es más sencillo: tienen dificultades con la comunicación verbal”.

Ernesto nos cuenta que Mateo le sonríe a pesar de sus dificultades para comunicarse. “Mateo es un tío feliz, se nota”, y con esto el voluntario se siente más que satisfecho. Según Ernesto, Mateo es también muy inquieto y “suele conseguir salirse siempre con la suya”. Al mismo tiempo, asegura que el niño le aporta muchísimo. “Me llena de cariño, es una cosa muy especial, muy bonita”.

Juanjo López Expósito, director del colegio Leo Kanner afirma: “El gran mito de las personas con autismo es el de que están en su mundo

Para el director del colegio, los voluntarios aportan al proyecto mucha energía y entusiasmo. “Son personas que conocen la realidad de esos niños de primera mano y se convierten en embajadores de su causa, que no es otra que el respeto a la diversidad”. Juanjo considera a los voluntarios “agentes primordiales”. El director también asegura que el trastorno del espectro autista es un gran enigma, porque es un trastorno neurobiológico del desarrollo que tiene varios niveles. “Algunos chicos son capaces de hablar y otros necesitan pictogramas para comunicarse. Por eso lo importante”, dice Juanjo, “es conocer el sistema de información y comunicación de cada niño”.

Elena Rodríguez, una de las educadoras del Leo Kanner, cuenta que para poder entender a los niños autistas hay que observarles mucho e intentar no ser invasivos. “No se debe imponer un tipo de juego, ni evitar determinadas conductas solo porque no estamos acostumbrados a verlas”. Primero, hay que conocerlos, y esto requiere tiempo. Sin tiempo, es imposible jugar o llegar a tener una buena relación con ellos. “Nuestros chicos necesitan siempre un vínculo afectivo positivo con el adulto”, dice Elena.
                                                          
La gente cree que no entienden de emociones, pero es mentira”. Y esto Juanjo lo sabe muy bien. En alguna ocasión, al final de su día de piscina, Mateo le sorprende con un beso o un abrazo. Juanjo asegura que cuando esto pasa no se va “contento, sino lo siguiente”. Se marcha encantado de su voluntariado, habiendo aprendido además, gracias a Mateo, una gran lección: tenemos que ser capaces de sonreír incluso ante la adversidad.

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