Como educadora social, un interno me marcó especialmente.
Última tutoría de ese viernes: entra al despacho Javier, un chico de 34 años, inteligente, habilidoso, reflexivo, maduro… pero que la droga le condujo a prisión ahora hace 7 años. Me habla de sus inquietudes, de sus dudas; lleva un tiempo sin consumir y sus deseos de tomar son elevados (lo que los técnicos denominan craving) Ha hecho numerosos programas de deshabituación con éxito…pero al cabo de un tiempo vuelve a las andadas.
Ese mismo día, a las 16h, sale de permiso, un beneficio penitenciario que le ha costado mucho conseguir. Fuera le espera su mujer, un apoyo que él mismo define como “fundamental”. Sólo serán 48 horas, unas mini vacaciones que su familia espera con ansia. Es el triunfo de un individuo que lleva tiempo luchando contra sí mismo y contra su adicción, que pese a los altibajos su objetivo es claro: vivir sin consumir drogas.
Terminar la semana hablando con Javier y reforzando su costoso proceso personal es la mejor manera de iniciar un provechoso fin de semana.
Pero llega el lunes y una llamada de la policía me deja helada: Javier ha fallecido. En un primer momento, tras el asombro y la pena, aparece una certeza: ha sido sobredosis, algo habitual en internos que tras un tiempo sin consumir, no miden bien su tolerancia a la sustancia. Pero las noticias que van llegando me dejan atónita: Javier se ha suicidado. Minutos antes escribe dos cartas: una dirigida a su esposa y otra a su compañero de celda. En ambas, les exculpa de cualquier responsabilidad, pide perdón y afirma, con rotundidad, que se cree incapaz de mantener una prolongada abstinencia. “No podría soportar otro fracaso”, decía.
A nivel profesional, yo fui la última persona con la que interactuó y un alud de cuestiones me invaden: ¿Pude hacer algo más por él? ¿Hubo algo de nuestra conversación que lo acabó de decidir? Cuando habló conmigo, ¿ya lo tenía pensado? ¿Debería haberme dado cuenta de sus intenciones? ¿Qué le pasó por la cabeza desde que salió del despacho hasta que puso fin a su vida?¿…?
Cierto es que Javier no es el primer interno tutorizado que fallece, pero debo admitir que por sus cualidades personales y por las circunstancias que rodearon su muerte, ésta me afectó especialmente.
Como educadora social pasé por un periodo de reflexión, de profunda autocrítica, de replanteamientos que poco después me ayudaron a salir reforzada. Pero de vez en cuando, cuando las fuerzas flaquean, cuando la profesión te abruma, la imagen de Javier me vuelve a acompañar.
Montserrat Sánchez
Blog de una educadora social en constantes apuros
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