Educar sin castigos, de ninguna clase per Olga Carmoma
Las técnicas punitivas no modifican la
conducta a largo plazo, deterioran el vínculo entre el niño y el adulto,
generan resentimiento y violencia
“Quién es esa mitad de la humanidad que,
viviendo junto a los adultos y con ellos, está, al mismo tiempo, tan
trágicamente separada de estos. La obligamos a cargar con el fardo de los
deberes del hombre del mañana sin otorgarles sus derechos del hombre de hoy”.
Janusz Korczak1
Plantear una educación sin castigos, tanto
en el ámbito familiar como escolar, hace que se disparen las alarmas generadas
por los prejuicios, las creencias y los miedos arraigados en nosotros con la
fuerza de los siglos y la inercia de la cultura predominante. Sin embargo,
dicen los expertos que estamos en constante evolución y que somos
sustancialmente más inteligentes que hace algunos miles de años, lo que debiera
traducirse sobre todo en una mayor adaptabilidad y flexibilidad.
Desde la psicología y otras ciencias que
estudian al ser humano, y aunque con muchas limitaciones aún, tenemos un mayor
conocimiento de cómo funciona la psique humana, qué nos mueve, qué nos hace
aprender, a qué tememos, qué buscamos. En este contexto, nace un planteamiento
filosófico, pedagógico y psicológico donde algunos profesionales y padres
planteamos una educación exenta de castigos, de ninguna índole.
Nuestra sociedad evoluciona hacia leyes más
civilizadas, democráticas y respetuosas con los derechos humanos y hoy por hoy,
muchas formas de castigo que se usaban antes serían constitutivas de delito.
Sin embargo, las sociedades cambian antes sus leyes que sus mentalidades. Hacen
falta varias generaciones para erradicar una forma de pensamiento.
Por ejemplo hace algunos años, en este país,
no era delito pegar una bofetada a tu mujer ni estaba mal visto, era algo
aceptado por una sociedad construida sobre un recalcitrante machismo instalado
en la base. Hoy, algunos años después, empezamos a no mirar para otro lado y
vamos poco a poco aprendiendo a no normalizar determinadas formas de violencia,
aunque a ojos vista está, nos queda mucho por recorrer. En lo que tiene que ver
con el castigo llevamos una evolución paralela, cambiando a formas menos
aversivas, generalmente no físicas, pero todavía sostenidas sobre la creencia
de que el castigo educa.
Y si bien es cierto que mediante técnicas
punitivas es posible modificar la conducta indeseada, no es menos cierto que no
se logrará un efecto a largo plazo y que la motivación para elegir hacer las
cosas de forma ética no tendrá nada que ver con la motivación interna, sino con
la evitación de dicho castigo.
Es decir, cuando educamos, lo que buscamos
es que nuestros hijos o alumnos se manejen desde una conducta ética, moral,
solidaria, respetuosa con las normas y con los demás. Sin embargo, no es ese el
efecto que se consigue a través del castigo a una conducta inadecuada. Por no
entrar a valorar las consideraciones éticas que se derivan de imponer un
castigo a un ser humano en fase de aprendizaje, más débil y vulnerable y con
quien tenemos un vínculo afectivo.
Pero además, está suficientemente
demostrado que el castigo no modifica la conducta a largo plazo, no educa,
deteriora el vínculo entre el niño y el adulto, genera resentimiento, conductas
evitativas, y violencia. Fragiliza una autoestima en construcción, genera
ansiedad y miedo, y perpetúa el modelo anacrónico, simplista e ineficaz de
educación que ya no defenderían ni los conductistas más radicales. Se trata de
un modelo aprendizaje que corresponde al siglo pasado y experimentado
inicialmente con animales, para generalizarlo después al comportamiento humano.
Luego el castigo no produce un aprendizaje
de los valores que pretendemos inculcar. Es una enorme paradoja, porque cuando
se les pregunta a los padres qué quieren para sus hijos, la mayoría responde
que sean buenas personas y que sean felices.
Llegados a este punto, la pregunta es cómo
hacer para que nuestros hijos hagan lo que debe hacerse. Y es aquí donde se
impone un cambio radical de paradigma: si yo quiero ayudar a un niño a aprender
formas adecuadas de conducta y a convertirse en la mejor versión de sí mismo
que pueda, tendré que utilizar otras herramientas alejadas completamente de
cualquier acción punitiva.
Hablamos de construir un vínculo sólido,
basado en la confianza mutua, donde quedan fuera planteamientos tales como
“ellos siempre quieren salirse con la suya”, “si no te impones, te comen”,
etc.… que traducen una visión de la relación con nuestros hijos desde el punto
de vista de “ganar-perder”, donde yo adulto tengo que imponerme al niño para
educarle. Una visión de la relación basada en el enfrentamiento subliminal o
explícito donde hay “quien sale ganando o perdiendo”.
Cambiando la mirada que hemos interiorizado
a través de una cultura genuinamente violenta, cambiaremos la forma de
relacionarnos, especialmente con nuestros hijos. Esto no es una batalla (aunque
a veces logremos convertirlo en eso), es un proceso de aprendizaje y ojalá que
de disfrute, donde soy referente y filtro para un ser humano que empieza a
aprender la vida.
Y no se trata de ausencia de límites ni de
normas, ni mucho menos. Se trata de un marco de juego donde ellos, nuestros
hijos, son parte esencial y necesaria de su construcción. Normas negociadas,
flexibles, argumentadas, con un sentido que beneficie a ambas partes. Y unas
consecuencias naturales derivadas de su no cumplimiento, sin artificios
forzados por parte del adulto.
Queremos que aprendan a vivir
salvaguardando y cuidando lo más preciado de que disponen: a sí mismos.
Muchas voces adultas dirán que ellos fueron
educados con los castigos necesarios y que se lo agradecen a aquellos que se
los impusieron porque lo hicieron por amor y por su bien. Pero muchos de estos
adultos andan cojos o muy cojos de autoestima, de autocontrol, de sentido
vital. Y no defienden aquellas acciones punitivas que les humillaron a fin de
reconducirles y mostrarles el buen camino, sino a quienes se las impusieron
porque a fin de cuentas todos necesitamos preservar el recuerdo de quienes
debieron querernos, aunque no lo hicieran bien.
Y también están los que dirán que es tan
bonito como utópico. De estos siempre ha habido, por los siglos de los siglos,
hasta que alguien, guiado por un faro diferente, convierte la teoría en realidad
y entonces la humanidad avanza. Lenta, adormilada, acomodada en su violenta y
muchas veces vacía zona de confort, defendiendo el “siempre se ha hecho así”
como una bandera tras la cual esconderse.
Dice Albert Einstein que “ningún problema
puede resolverse sin cambiar el nivel de conciencia que lo ha engendrado”. Se
puede y se debe educar sin castigar, con unas pautas que explicaré en el
siguiente artículo. Se requiere un cambio interno en nosotros, los padres, los
educadores. Se requiere una gran dosis de criterio y valentía. Nuestros hijos
no son el enemigo.
1 Janusz Korczak, seudónimo con el que
publicaba Henryk Goldszmit (1878-1942), fue un médico y pedagogo innovador
polaco, autor de publicaciones sobre la teoría y la práctica de la educación.
Fue un precursor de la lucha en favor de los derechos y la igualdad de los
niños.
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