¿Es la piedra común de tropiezo?

Desde que uno empieza a trabajar como educador en un centro como Obinso se pregunta dónde está la piedra común de tropiezo que han padecido los chicos que pasan por nuestros hogares o que, sin pasar por ellos, viven situaciones afines. En toda mi experiencia que he tenido en los doce años que he estado en Obinso, y ampliada por el conocimiento que tenía de los chicos que han pasado por los otros hogares, no me he encontrado ninguno de ellos que tuviera una familia sana -que quede claro una cosa: no me refiero a los drogadictos- y todos provenían de ambientes cultural y económicamente pobres. Ninguno de ellos ha tenido un padre sano (tabla n.° 4, pág. 165): o por alcoholismo (= malos tratos); o por abandono; o por padre desconocido, o porque han tenido la desgracia de que su padre muriera a una edad temprana. De aquí se podría deducir el fallo de la «función paterna».
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Fácilmente podrás comprender que cualquier educador se ponga como reto romper esta historia de desamores y de tragedias, acompañadas por la pobreza y la miseria. Cuando ya llevaban tiempo en casa fácilmente salían conversaciones que giraban sobre la necesidad de que ellos mismos tenían de romper su propia historia, consiguiendo que sus hijos no pasaran por donde ellos han pasado por la vida y que, para ello, tenían que llegar a comprender que sus padres fueron víctimas, también como ellos, y que sólo a través de la comprensión, del perdón y poniendo fe en una esperanza posible llegarían a liberarse de una historia que no se puede querer.

Una objeción que se puede poner a esta tabla es que el punto de selección de Obinso es de muchachos disociales por problemas familiares. Por lo tanto, toda gráfica que hable de sus padres tiene que dar un reflejo negativo. Pero sí que puedo decir que en mi larga experiencia relacionándome en centros de Protección de Menores esto era lo normal.

Antes de hacer esta estadística ya conocía el resultado por el estudio que Lluís Ventosa había hecho, años antes, con una muestra de 200 delincuentes de Hospitalet. Corroboraba lo que la intuición creada por la experiencia nos señalaba y que yo vuelvo a confirmar con estos pequeños apuntes. Cuando ya tuve in mente montar el hogar de Badalona, sin despreciar ni olvidar las afirmaciones que muchos psiquiatras hacen sobre la influencia de las vivencias de la más tierna edad, me ilusionaba con poder llegar a ofrecer un lugar donde los chicos pudieran superar, en toda su profundidad, los traumas que habían padecido. Siempre hemos considerado en Obinso que el mejor antídoto (y no puramente por motivos de eficacia o de poder) que podíamos ofrecerles era que participaran de la unión entre los educadores, cargada de respeto y aprecio mutuo, para que, en una atmósfera de «seguridad vital», pudieran ver la vida con otros ojos.

El mismo Pere nos confesaba que era un hogar donde los chicos intentaban menos dividirnos a nosotros, los educadores. Has de pensar que ellos, por un lado, quieren que estemos unidos, pues saben que de nuestra unidad encontraran la fuerza y la seguridad para salir adelante. Pero también desean nuestra desunión, pues en ella sus impulsos negativos no podrán ser contrarrestados. Nos quieren unidos y al mismo tiempo nos quieren ver desunidos. De una forma seria sólo un chico, Andrés, se empeñaba en enemistarme con Ana C. y era porque él tenía un grave problema con su padre y me transfería su problemática. Ante estos casos de intento de división intentábamos no defendernos, ni siquiera defender al compañero o compañera en litigio.

En este párrafo, como cuando he hablado del odio y del amor para con nosotros, he estado hablando de la «bivalencia» y no de la «ambivalencia». No es que te puedan odiar o amar según como les venga en gana y, por lo tanto, no sabes a qué atenerte, sino que te odian y te aman al mismo tiempo. Y si, por ejemplo, ayer un chico te expresó su amor y hoy te odia a tope no es que ayer no fuera sincero y hoy lo sea, sino que los dos movimientos son sinceros y de esa manera nunca les puedes acusar de falsos.

La bivalencia, que nosotros por ser personas normales también tenemos, era una de las actitudes que más me gustaba en ellos, porque como educadores nos daba pie a meternos en sus propias luchas internas y siempre con la esperanza de que lograrían independizarse de sus conatos destructivos. Había veces que era tan fuerte la bivalencia que llegaban a pensar que estaban mal. Una de las tareas de los psiquiatras y de Pere era ayudarnos a aceptar y comprender que estas actitudes nos podían conducir, fácilmente, a desconfiar de ellos.

(Pere Cornelles es el director de Obinso ‘Obra de Integración Social’)

http://www.sunyol.net/libro/pag105.htm

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