“Espero que la vida me devuelva lo que mis padres me quitaron”, de Toni Bardia

Helder P. relata su lucha contra un triple abandono: de sus progenitores, de su familia adoptiva y del Estado portugués. El joven fue acogido por el cura salesiano Joan d’Arquer, de La Roca del Vallès.

Helder P. ha cumplido 30 años, pero 12 de ellos los ha pasado en la calle. Hoy forma parte del proyecto Refer-vida, una iniciativa del salesiano Joan d’Arquer que ha acogido a 20 exreclusos en solo tres años. “Siento como si ahora tuviera una familia”, describe Helder. De vez en cuando, busca con la mirada a su referente.El salesiano Joan d’Arquer conversa con Helder P. (sentado), en un parque cercano al piso donde el religioso acoge al joven.

Ha sido abandonado tres veces. Sus padres se desentendieron de él a poco de nacer en la ciudad portuguesa de Oporto. La familia que se hizo cargo de él renunció a adoptarlo cuando apenas tenía 3 años. La ley portuguesa establece que cuando una persona cumple los 18 y no ha encontrado una familia adoptiva, la tutelar de menores puede prescindir de él. Esa decisión lo dejó a la calle de la noche a la mañana.

De ese periodo destaca la soledad y las urgencias materiales. “No confiaba en nadie, no tenía amigos”, evoca. Solo se dejaba acompañar por alguien por las noches. Lo peor de estar en la calle es “tener que pensar cada día dónde comer y dormir”, recuerda.

“Tienes que convivir con los prejuicios de la gente. Muchas personas no te dan dinero porque piensan que te lo vas a gastar en drogas o alcohol”, relata. También explica que no hay que juzgar a los jóvenes que mendigan porque encontrar trabajo no es tan sencillo. Es difícil cuando “hueles mal y no tienes ropa ni residencia”, comenta.

A España para vender chatarra
Helder guarda para sí muchas historias, como la de los gitanos que lo llevaron a España para trabajarvendiendo chatarra. De lo que se siente más orgulloso es de haber sobrevivido 12 años en la calle sin caer en las drogas. “Aprendí que podían ser mi ruina”, afirma. En este punto, Joan no puede evitar reconocer su admiración por el instinto de supervivencia del joven: “Es como si hubiera salido vivo de una selva”.

Desde que en marzo del 2012 unas monjas de Cerdanyola del Vallès lo pusieron en contacto con Refer-vida, ha recuperado dignidad y estabilidad, cubriendo necesidades básicas como higiene, comida y sitio para dormir. En lo personal destaca sentirse más útil, aunque aún no ha encontrado trabajo, y tener personas que le quieren.

Aun así, reconoce que después de tres abandonos no es fácil volver a confiar en alguien, pero al mismo tiempo subraya que “no todas las personas son iguales”. A la pregunta de a quién culpa de lo que le ha pasado, no puede evitar acordarse de sus progenitores: “No me gusta culpar a nadie, pero no puedo aceptar que mis padres no preguntaran por mí. Ojala la vida me devuelva lo que ellos me quitaron”.

Esto le ha marcado profundamente. Joan añade que “se siente diferente porque no ha tenido el amor de un padre y una madre”. “Tiene que arrancar este odio que lleva dentro y llegar a perdonar algún día”, asegura el cura. Ahora solo espera que la vida le devuelva lo que sus padres no le pudieron dar: “Familia y trabajo”. También es exigente consigo mismo. Sabe que si hubiera sido un buen estudiante y hubiese tenido un buen comportamiento, su vida habría tomado otro curso.

Refer-vida, trampolín de la prisión a la vida
Helder comparte techo con compañeros con un mismo perfil –”no tener referente en la vida, ningún familiar o amigo al que acudir en Catalunya”, explica Joan–. Un póster de San Juan Bosco recuerda el propósito de su orden, los salesianos, de formar a los jóvenes enseñándoles un trabajo. El proyecto Refer-vida descansa sobre la autofinanciación a través de Camins, una empresa de reinserción laboral. Cuando la crisis se despeje, esperan poder emplear a todos los usuarios del piso en el sector de la restauración.

La convivencia no es fácil. Tienen que cumplir unos horarios y unas mínimas normas. Joan d’Arquer lo define como un piso trampolín: “Llenamos la piscina de agua y ayudamos a la persona a caminar por el trampolín y a que se tire al agua sin miedo”.

Su trabajo termina cuando los usuarios son capaces de espabilarse solos. Algunos necesitan tres meses, otros dos años. Contra lo que se podría pensar, no siempre tardan más en reinsertarse los que han estado más tiempo en prisión. El sacerdote cree que es más fácil después de 25 años en prisión que viniendo de 12 años en la calle. Explica el caso de un interno que después de un cuarto de siglo entre rejas solo necesitó nueve meses para hacerlo. “En la cárcel hay más medios, tienes un horario, comida, médico. La calle es más dura y destructiva, dependes de tu suerte, de que no tengas conflictos”, razona.

De los dos mundos, D’Arquer desmitifica que sea inevitable caer en la droga. “Es una opción personal. Es como tu actitud en la cárcel, puedes aprovecharlo como un tiempo personal para mejorar o ir de plan en plan de rehabilitación”, razona. No comparte la idea de que las prisiones sean una fábrica de delincuentes, sino que cree que cumplen su cometido, “que se cumpla una condena”. “La prisión quita la libertad de una persona, pero no la libertad de decidir sobre uno mismo”, refrenda.

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