¿Por qué los profesionales también tienen visiones simplistas de las realidades de la violencia?
Por si no había tenido suficiente con los debates extraños y violentos en los que estos días me he visto implicado en los medios de comunicación, a propósito de las radicalidades y violencias del pasado 29M, acepté esta semana estar en las Jornadas sobre Terapia del Comportamiento y Medicina Conductual que se celebraron en Barcelona. Hacía de “discutidor” en una mesa sobre Agresividad y adolescencia y fue algo así como si un ateo estuviera condenado a escuchar misa en latín y hacer después un resumen teológico. No era un problema de que yo no formara parte de aquella tribu psicológica sino que tuve que escuchar cómo los ínclitos doctores de la mesa, entre correlaciones y factores de riesgo, describían una violencia que era una y hablaban de un adolescente perverso, predispuesto por naturaleza a liarla.
Hecho el esfuerzo educado de la contención, me pareció que divulgar aquí las preguntas que al final hice a los ponentes quizás podría servir para que otros profesionales no se sumaran a las simplificaciones técnicas y políticas que siguen rodeando a las diversas violencias. Veamos:
Vista su seguridad para hablar de “la” violencia y, dado que un servidor empezó su carrera profesional con chicos capaces de quemar a otros en una cabaña, pasó por historias como las destrucciones de la heroína, ha mediado con los Latin Kings y ha mirado de aportar sensatez para diferenciar entre radikalidad y violencia, les pedí que explicaran si sólo había una violencia y por qué insistían en tener un modelo científico (¿?) que las explicara todas.
Como de los chicos y chicas adolescentes sólo destacaron su tendencia a la agresividad, su neuroticismo, su impulsividad o su propensión a tener “trastornos externalizados”, quise saber si tenían alguna visión en positivo de la adolescencia. Vamos, quise descubrir si en su realidad clínica (¡pobres pacientes adolescentes!) cabía la hipótesis de enamorarse al facebook o arriesgarse para sentirse vivos.
Cuando todas sus correlaciones se acababan dejaban caer de rondón los “factores ambientales”, por lo que quise preguntar si conocían cómo influía en las violencias la condición social (no me atreví a decir la clase social), las diferencias de género, los estilos de vida, las culturas de la subsistencia, etc.
Insistieron en demostrar (con estudios USA) que la violencia disminuía conforme los chicos y chicas crecían, con lo que al final de la adolescencia era escasa. Les sugerí que probablemente estaríamos ante alguna transformación, a un cambio de objeto o una civilización educada de las formas. Vamos, que el número de jóvenes corredores de bolsa ejerciendo duras violencias económicas no parece que sea inferior al de adolescentes que van rompiendo caras.
Como parecían encerrados en sus estudios para publicar en inglés en revistas de alto impacto, sugerí que quizás debían incluir en su modelo la variable de las respuestas. Dicho de otra manera: cómo afecta al mantenimiento o la transformación de las conductas violentas adolescentes las respuestas que reciben. Pero, nada sabían del sistema penal y poco de la escuela más allá de repetir el manido concepto del fracaso escolar.
Deprime descubrir que mis colegas universitarios y una parte singular de quienes intentan “curar” adolescentes difíciles tienen una visión terriblemente simple de la realidad. Tuve que acabar recordando que quizás todo eso de las violencias también tiene que ver con la ética y con la educación en valores.
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