El ocio y el silencio: Un reto para el educador social por Antonio Díez González

«Huyendo del sonido
eres sonido mismo,
espectro de armonía,
humo de grito y canto.
Vienes para decirnos
en las noches oscuras
la palabra infinita
sin aliento y sin labios.»

Federico García Lorca (1920).

RESUMEN

No será fácil defender una opción a favor del silencio que no suene a refugio o a huida de los problemas reales de la sociedad. El Educador Social se plantea en estas líneas que siguen, su ser y su quehacer desde la realidad del silencio. Un silencio que ha pasado en poco tiempo de ser una realidad cotidiana a convertirse
en un bien escaso y mercantilizado, o un objeto más de consumo. Podría ser triste que ante un reto de tales circunstancias el Educador Social lo obviara desterrándolo al más cruel de los castigos, el olvido.

1 – Introducción.

Sería preciso, por cuestiones de coherencia, apartarse de este mundanal ruido para poder hacer un trabajo que no hable de silencio sino que deja al silencio que hable por si sólo.

Hoy comprendemos la fuerza que puede llegar a tener una palabra que no se llega a decir, comprendemos también que nuestros peores desprecios hablan de olvidos, hablan de felicitaciones que nunca llegaron a nuestros oídos, hablan de una llamada esperada pero convertida en silencio… No obstante hoy también nos damos cuenta de que en el silencio está el origen de casi todo lo demás, la música nace a partir del silencio, la verborrea surge si antes has estado callado, el ruido es un abrazo al silencio anterior, cada letra que aquí se está escribiendo está escrita en clave de silencio.
Hoy es relativamente fácil encontrarnos con toneladas de publicidad que ofertan espacios de silencio. Se nos ofrecen cada día muchas alternativas que tienen en el silencio la base de unas vacaciones o de un fin de semana, aún así, toda propaganda parece quedar ahogada por el monstruo que se lleva la palma a la hora de cubrir el tiempo libre de los individuos, el consumismo. La gravedad de la cuestión es que, la ola de consumismo actual en tan atroz que incluso ha hecho del silencio un artículo de consumo más.

¿Existe el silencio gratuito? ¿Cuánto cuesta un segundo de silencio?
¿A qué precio llegaremos a pagar este silencio descafeinado que nos ofrecen las agencias de viaje? ¿Cuál es el silencio que buscamos? ¿El hombre del siglo XXI es un hombre de silencio?...
No deja de ser llamativo que el día previo a las elecciones generales de un país sea considerado como «jornada de reflexión», teniendo el silencio como cómplice indiscutible de las buenas decisiones. Tal vez sea ésta la mejor forma de acreditar que dentro de nosotros tenemos una parte importante de esa verdad absoluta tras la que corremos. El tiempo libre será un momento privilegiado (tal vez el único) para zambullirnos en el maravilloso y siempre sorprendente mundo del silencio, porque «cuando se atiende al silencio, este habla».

En este trabajo se apuesta por un ocio silencioso, por hacer del tiempo desocupado y lleno de silencio, tiempo de vida y sentido profundo de la realidad, queremos viajar al silencio y descubrir en él el ruido suave que plenifica y hace de cada persona un hombre o una mujer consciente de lo que tiene, siente, disfruta o le duele a su alrededor.

2 – Ocio, silencio y consumismo.

Hoy, en un mundo globalizado cultural y económicamente, la uniformidad ha derrotado las diferencias abismales que en el pasado se podían contemplar incluso entre pueblos muy cercanos. La revolución tecnológica, la comunicación y sobre todo la información se han metido en cada uno de nuestros hogares, haciéndonos más conscientes de nuestra concepción de aldea global a la que pertenecemos. Con los medios de comunicación han empezado a existir en la conciencia de las personas realidades y situaciones hasta entonces inexistentes, se ha hecho de la vida una verdadera carrera de imitadores donde los más pobres siempre tienen que ir al rebujo de los que, según criterios puramente económicos, se consideran más avanzados.
Al menos dentro del mundo occidental podemos hablar de una cadena de revoluciones que han forjado, y todavía hoy siguen haciéndolo, un estilo de vida más dinámico e igualitario. Nos referimos a la ya citada revolución tecnológica pero con ella caminan de la mano la revolución familiar, donde las formas de vida y los papeles de los miembros de esas familias han «sufrido» notables modificaciones, dígase la incorporación de la mujer al trabajo, aunque nunca ha dejado de hacerlo, o el incremento del tiempo que los hijos permanecen en la casa familiar, lo que manifiesta una resistencia a enfrentarse con un mundo que no ofrece garantías, sino temores. Hablamos también de la llamada revolución migratoria, del diálogo entre culturas, de la interdependencia y de la experiencia de movilidad, con las repercusiones que todo esto tiene en cuanto a costumbres exportadas e importadas, creencias, lenguaje, estilos de hacer, pensar y vivir.

«No podemos no hablar» de la decisiva y a veces cruel revolución del mercado laboral donde, a pesar de las modificaciones experimentadas tras la revolución industrial, sigue hoy siendo caballo de batalla entre países o incluso continentes. Y por lo que a nosotros nos puede tocar como educadores sociales, debemos hablar de la revolución educativa que será quien haga de los niños y jóvenes hombres y mujeres que entiendan la actual forma de vida, y así se acomoden a ella de la mejor manera posible.

Este río de revoluciones desembocará en una nueva ciudadanía que tenga la movilidad como principio ético frente a un pasado cerrado en fronteras y comunicaciones; una ciudadanía que habla de bienestar frente a economías de subsistencia y precariedad; una ciudadanía con derechos frente a una realidad histórica que se sostenía bajo el látigo amenazante de los deberes; una ciudadanía de prosperidad y libertad que juega a no querer recordar un ayer de miedo, soberbia, abuso de poder y ausencia de sueños.

Con esta fotografía histórica no se cumple el tan manido refrán: «Todo tiempo pasado fue mejor» pero tampoco con ello podemos presumir de un presente idílico.

Tomando en consideración el título del trabajo, este repaso histórico nos hace caer en la cuenta de una transformación especialmente significativa: el paso del silencio al ruido. El silencio natural que no se rompe con un par de mulas rompiendo la tierra para sembrar el pan de cada día en contraposición al ruido atronador de un tractor que es capaz de hacer verdaderas heridas al planeta. Hemos cambiado el silencio musical del tiempo de fiesta por un recinto herméticamente cerrado lleno de gente que, sin miedo, pone el tímpano en grave peligro.
Ir al ritmo de los tiempos supone lamentablemente entrar a formar parte del mundo del ruido, tal vez por eso el ocio (entendido como forma de ocupar el tiempo libre) como ejercicio supremo de libertad del hombre, ha desarrollado nuevos centros de interés que se centran en el silencio.

Paralelamente a una filosofía de vida instalada en la plenitud y en el sentido pragmático de la vida, se ha desarrollado una educación del ocio como campo de autoconocimiento en el que la reflexión, el encuentro con uno mismo y la comunicación a niveles profundos serán pilares ineludibles de esta nueva idea.
Ante una cultura de lujo y hedonismo, de evasión y huida de la realidad hoy se apuesta por un ocio humanista, de reflexión, contemplación, silencio interior y exterior, apertura a la trascendencia… que, en definitiva, sólo busca encontrar el sentido dentro de cada uno de nosotros. En una sociedad de egoísmo y placer personal el gran reto será optar por un ocio compartido, abierto a los demás, un ocio maduro basado en una profunda formación integral que sepa plantar cara a la propaganda, la moda, la vida precipitada e irreflexiva; el silencio se plantea aquí como el verdadero templo que tiene el hombre y la mujer de hoy para vivir la vida en plenitud.

Ya hemos hablado en ese trabajo algo sobre la globalización, ahora queremos destacar también la llamada globalización del ocio, entendida como un desarrollo del mismo a nivel global; se habla del ocio en su dimensión ecológica, del ocio al aire libre, del ocio y el deporte, del ocio desde el plano educativo, del ocio y el turismo, del ocio como encuentro… al final es Kriekemans (1973) quien dice que la experiencia del ocio es un ámbito en el que es posible recrear un mundo mejor.

En el encuentro con los otros y en el silencio encuentra el hombre los mejores caminos para llegar a conocerse a sí mismo, reconocerse tal cual es; en el silencio, el hombre se encuentra al desnudo en su realidad más pura y por eso el ocio será una forma de encontrarnos a nosotros mismos, teniendo claro que a mayor conocimiento de nuestra propia realidad, se logrará una mayor capacidad de comprensión y satisfacción de la realidad conocida; o también, dicho de otra manera, a mayor conocimiento del ocio como silencio, mayor disfrute, comprensión y satisfacción de esos momentos. Esta idea choca completamente contra el muro de la opinión general que piensa que se es más feliz desde el desconocimiento, desde la ignorancia. Así se explica que el silencio esté discriminado a esa otra interpretación del silencio, a la ignorancia, al olvido.

Si el autentico juego, si el ocio verdadero tiene como característica esencial su desarrollo autotélico, el silencio no lo puede ser menos; silencioso que se desarrolla desde la libertad y el placer de saber degustar ese silencio, no deja indiferente al atrevido que ha sabido apreciar el sentido infinito de la ausencia de ruido.

El futuro y la noche están llenos de silencio, en la noche el ritmo de la vida se duerme y todo se calla para que el humano fatigado de bregar recupere el descanso y la liberación de tensión. La noche es tiempo de silencio, su negrura baña de monotonía el colorido del mundo, y todo se vuelve silencio, todo se vuelve recogimiento…en la noche está la diferencia entre jóvenes y adultos, unos bailan otros duermen, los más sabios la escuchan. En cuanto al futuro apenas puedo aventurarme a decir dos palabras, en el futuro está el silencio como la sorpresa más maravillosa de la que disfrutamos; en el silencio se escribe el presente que sigue corriendo, intentando pillar ese mañana que nunca llega, ese mañana que solo es silencio.

Diversión, descanso, liberación, reposo, arte, contemplación, oración son todos derivados y sucedáneos de un único producto que, en estado puro, es demasiado denso para poder digerirlo. Como sabemos, en un ambiente donde todo se consume, podemos caer en el peligro de llegar a hacer del silencio un objeto más de consumo.

Una de las características del hoy es el consumo de bienes superfluos, sin que necesariamente lleguen a ser básicos. Somos vasallos de una economía que nos hace súbditos de un rey demasiado poderoso, que tal vez no sabe a donde quiere llegar. Todos vivimos en el gran imperio del consumo donde se ha hecho obligatorio consumir, pero donde sólo unos pocos se han escapado de ser consumistas. Porque aunque la gente crea que es dueña de su consumo, al final todos consumimos lo que la sociedad quiera que consumamos. Por esta razón el silencio también se convierte en un objeto de consumo, la nueva humanidad consumista lo vivirá como un paso más en el camino a las «felicidades». Así son los consumistas, son felices y tienen éxito en la misma medida en que consumen.

Lejos de la autenticidad, el consumo se fija en la apariencia, y así la gente cree que su personalidad se manifiesta en el coche que lleva, en el traje que viste, etc… Podemos decir que estamos en la época del consumo porque el consumo está en la médula de nuestras sociedades, pero podemos decir también que estamos en la época del mundo irreflexivo, del mundo intuitivo, de la ausencia de silencio. Qué pena tan grande que precisamente sean éstas algunas de las notas características de los seres humanos racionales; qué pena que el Silencio (el dios silencio) quede reducido al antojo de una campaña de marketing o a la especulación de unos augurantes beneficios económicos. Es triste saber que el consumo ha abierto la beta del silencio en forma de casas rurales u ofreciéndonos un camino de Santiago descafeinado de toda su dimensión trascendente… haciéndonos creer que no existe mas silencio que aquel que venden en dosis de comercio irreflexivo.

No obstante todavía hay mucho silencio que no tiene marca registrada, mucho silencio gratuito, silencio de brisa suave un domingo de primavera, silencio de salón hogareño y fuego encendido, silencio de enamorados en el parque del Retiro… Todavía hoy hay muchos jóvenes que tienen su tiempo libre dedicado al silencio en bruto, a pensar, a escribir, a hablar consigo mismo; hay muchos adultos que viven en silencio porque no tienen con quien hablar, hay muchos mayores que viven en silencio porque creen haberlo ya dicho todo, mucho tiempo libre que primero es silencio y sólo deja de serlo cuando el hombre es menos hombre.

Ojalá el consumismo no le ponga puertas al viento refrescante que trae el silencio y así podamos respirar con libertad en ese tiempo del que disponemos cuando no estamos ocupados.

3 – Educador social y silencio.

El hombre que respira este siglo XXI, igual que sus predecesores desde el origen mismo, no ha dejado de ser nunca «la especie más privilegiada», capaz de descubrir su soledad silenciosa y capaz también de negarla o sustituirla por un sinfín de ocupaciones ruidosas que no le dejan enfrentarse o deleitarse con su propia realidad.

En el tiempo libre tenemos la doble oportunidad de caer en nuestra realidad más íntima o de dispersarnos en la multitud de oportunidades que la sociedad de consumo nos ofrece para nuestra diversión. Buscamos plenitudes efímeras en medio del bullicio, dejando de lado el silencio, el sosiego que descubre lo verdaderamente plenificante. Corremos tras de mil historias buscando saciar esas cotas de felicidad soñada, y al final, derrotados en tan aventurada búsqueda, caemos en el silencio, caemos en nuestra propia realidad.

Hay algo que no podemos olvidar, «el silencio siempre es sincero», no se anda con rodeos, no tiene miedo a decir la verdad. Como dijo Riesman (1968), el silencio descubre al individuo «sólo entre la muchedumbre», te hace enfrentarte con la vida, y sobre todo, te deja la libertad suficiente para que, como protagonista de la película de tu propia existencia, decidas con autonomía. 

El Educador Social tiene aquí planteado un difícil reto al que debe enfrentarse de cara, para lo cual tendrá que forjar una personalidad propia, que arranque del silencio como principio base y tienda al silencio como espacio imprescindible en la toma de decisiones. Tendrá que forjar una personalidad autónoma, que sirva de referencia a quienes le rodean y que a la vez plenifique personalmente al propio educador.

El Educador Social tendrá que sacar el ruido del corazón del mundo, llenándolo de humanidad, tendrá que tener momentos para replegarse sobre sí mismo, para pensar en profundidad, para reflexionar… evitando caer en la trampa fácil del activismo irreflexivo. El Educador Social tendrá que volver a hacer del silencio un espacio de ocio, de sana diversión, de deleite, de disfrute, de vida; defendiendo la soledad silenciosa como alternativa atractiva e interesante, utilizando cada fenómeno natural para el disfrute autotélico…, tendrá que volver a ser silencio vivo y en movimiento.

Podemos destacar algunas actitudes que ponen en estrecha relación al Educador Social con el silencio:

a) La honestidad: Puede que ésta sea la actitud más complicada de llevar a cabo en la vida de los hombres de todos los tiempos, por ende, ésta será una ardua tarea también para el Educador Social. Por ello ha de trabajar cada día para conseguir vivir siendo uno mismo, sin refugiarse en las máscaras que impiden expresarse con transparencia. El silencio es honrado y honesto con nosotros, es auténtico y no muestra engaño en su forma de presentarse. Así pues, para el Educador Social, no ser honesto consigo mismo y con los demás es una forma muy vil de negarse a crecer, y será además el camino más fácil para el fracaso y la desacreditación de todo el colectivo de Educadores Sociales. Debemos trabajar honestamente no solo por nuestra integridad personal, sino también por la de aquellos compañeros nuestros que hacen todo lo posible por ser auténticos en un mundo donde parece que triunfa el que vive sumido en la malversación y la mentira. El Educador Social encuentra en el silencio la oportunidad de descubrir la honestidad como concepto para luego personalizarla en su propia vida, la oportunidad de ser honrados desde lo más profundo de nosotros mismos y con nosotros mismos. En el silencio no se va a encontrar con formalismos y meros cumplimientos, serán sus propias convicciones las que les salgan al encuentro, su propia conciencia se manifestará a modo de cuasi revelación.

b) La sencillez: El Educador Social del presente ha de ser alternativo desde la sencillez. Lejos de la ingenuidad y de la ostentación, el Educador Social será sencillo pero bien informado, será comprometido desde la sencillez, seguirá siendo sencillo a pesar de no dejar ninguna injusticia sin condenar…
La sencillez del silencio le sirve de testimonio; un silencio que parece no ser nada, al igual que la insignificante cantidad de levadura que se pone en una masa de pan, y que mas tarde comprobamos sus efectos. Desde la
sencillez nunca se habla con afán de protagonismo, tampoco se ostentan los primeros puestos (de la foto con las autoridades), no se camina en clave de rivalidad o competencia… La sencillez del Educador Social se 
empeñará hasta las últimas consecuencias en humanizar la vida de aquellos que han sido expoliados por la crudeza de las circunstancias, su sencillez cuidará los detalles más nimios, no dejando pasar una caricia matutina o el apretón de manos que está esperando el inmigrante recién llegado o el preso que ya tiene olvidado el olor de la libertad. Esta sencillez que aquí se presenta hace ineludible grandes dosis de delicadeza, aprendida en la escuela de la contracorriente y el desengaño, enseñará a vivir y a cubrir las diferentes necesidades con armonía y normalidad, enseñará nuevas formas de libertad que contrarresten las ataduras de una cotidianeidad que se presenta cada vez más dependiente y complicada. En fin, será una sencillez humana, activa, silenciosa, comprometida y auténtica.

c) La trascendencia: Al Educador Social le tocará lidiar en muchas ocasiones con la dimensión más profunda del otro, su interioridad. Así pues tendrá que estar preparado para despertar esa otra dimensión que le hace superior al resto de los seres vivos, su capacidad de trascenderse a si mismo, su capacidad de hacer infinito lo que sin esa dimensión es limitado. La trascendencia hace que desarrolle el respeto y la necesidad de comunicarse e interaccionar con otro, con otros o con «lo otro». El Educador Social no puede dejar anegado el mundo de las creencias ya que son muchos los millones de personas que encuentran ahí el sentido de su existencia. El Educador Social, como profesional de la comunicación, interacción y ayuda al otro, deberá tener muy bien definidas sus creencias de tal forma que sepa dar explicaciones de ellas a quienes se las requieran; además de forma personal se interesará por el fenómeno religioso en la vida del hombre.
El Educador Social ha de saber también que muchos de sus comportamientos, actuaciones, consejos… pueden llegar a tomar categoría de trascendente dependiendo del valor y la importancia que le dé el interesado.

d) La sensatez: Nos referimos aquí a la inteligencia emocional, lo que de otra manera se puede llamar prudencia, sentido común… Todos los Educadores Sociales nos podíamos apropiar de la frase de Juan Chisttister cuando habla de «la capacidad de permanecer serenos en medio de un impulso irreflexivo que raya en lo caótico». El bombardeo de estímulos, provocaciones y realidades que llegan a nuestros sentidos requiere un silencio obligado que sepa organizar con cierta lógica esa marabunta, de no ser así, será el desorden lo que viva en nosotros. Para el Educador Social el silencio alberga esa prudencia y ese sentido común necesarios para poder procesar la información que nos llega, pero si los tiempos de silencio en nuestra vida son demasiado reducidos, corremos el riesgo caer en la agitación, en el activismo, en el hacer, hacer, hacer…olvidando el ser. Esta sensatez nos exige a la vez una sana y pícara lucidez que sepa dar respuestas adecuadas a las circunstancias, que no pierda el control de la razón ni del corazón, que no se cimiente sobre extremismos sino teniendo en el equilibrio su razón de ser.

e) La compasión: Éste ha sido un rasgo que se ha entendido erróneamente en multitud de ocasiones; no se trata de sentir lástima sino de padecer con el otro, junto al otro, sus problemas y dificultades, vivir al lado de la persona concreta sus alegrías o sus penas. A veces el silencio es lo único que podemos decir ante diversas circunstancias, muchas veces sólo requerirán de nosotros una presencia física que ayude a sobrellevar el peso de lo ocurrido.

f) La comunidad: Los Educadores Sociales se mueven en la sociedad en medio de multitud de comunidades, para ellos el sentido de pertenencia a una comunidad concreta hace más dinámico su trabajo. No se trata de actuar como francotiradores sino de fomentar que el tejido social sea cada vez más rico y participativo, concienciar que la marcha de la historia no es sólo cosa del azar, la casualidad y los políticos sino que es cosa de todos.
Sin llegar nunca a la destrucción ni a la violencia, tendrá muy presente la protesta social como reivindicación de los derechos más fundamentales de las personas.
Hoy sentimos cómo el hombre se siente encerrado en su propio «silencio ruidoso», un silencio que está más vacío que nunca, un silencio que atormenta, que deja al hombre confundido en su angustia de no tener un rumbo, un horizonte donde fijar la mirada. Tal vez el tiempo de ocio no tiene permitido demasiado silencio para poder empezar a ser alternativa para los mortales del siglo XXI.
El ocio silencioso confunde y no relaja al hombre pragmático que no es capaz de desconectar esas pequeñas luces de dioses aparentes que brillan a su alrededor, que no llevan a ninguna parte pero que le entretienen en ese camino.
Ciertamente el silencio que va unido al tiempo libre es un regalo que sólo unos pocos han sabido desenvolver, y muchos menos todavía son aquellos que una vez abierto el regalo lo han tomado con alegría, con profundidad, como reconocimiento de tener un verdadero tesoro. Es un tanto lamentable que muchos sueñen con un día de silencio en su vida, que lo busquen a diario en medio del metro, semáforos, calles…, que se pasen trabajando al borde de la locura para poder disfrutar de quince días de silencio en todo el año, es lamentable que esta gente tenga que ganarse el silencio con sudor de jornada explotadora mientas a otros muchos ese silencio nos ha llovido del cielo, sin méritos propios y lo único que se nos ocurre decir es un «me aburre», yo aquí no aguanto sin móvil, necesito hablar con alguien… Y es que el silencio, más que un lugar, es un espacio interior.
Espero que la afluencia de moda que llena los monasterios en las quincenas y fines de semana libres, sepa reconocer y testimoniar que verdaderamente un ambiente arquitectónico y humano de silencio invita a la paz, al sosiego, a la soledad. El tiempo libre encuentra en la vida contemplativa una invitación muy seria a poner el corazón en las realidades escatológicas, en las que no perecen, en las que son últimas y definitivas.

Todos hemos experimentado cómo el silencio es frecuentemente más elocuente y cala más hondo que las palabras. Hay silencios que gritan y tocan las fibras más genuinas de nuestro ser. Y si hay palabras que aturden y nos irritan, las palabras que nacen del silencio activo son siempre las que nos trasmiten mensajes de verdad. Una verdad que el mundo (al menos eso parece) no está dispuesto a recibir; nos conformamos con la charlatanería de un montón de bocazas que hablan por boca de «manager», que dicen lo que queremos escuchar, pero no se sienten identificados con cada palabra dicha. En este sentido, es imposible llevar una vida auténticamente personal cuando estamos a merced de mensajes puramente exteriores, superficiales e incompletos.
La persona humana, siendo social por naturaleza no deja de ser un individuo que cuenta con sus propios espacios, que necesita tiempo para sí misma, para llenar su interior. ¿Cómo realizar esta necesidad cuando faltan espacios de silencio y soledad en la entraña misma del hombre? ¿Cómo hacer del tiempo libre ese paréntesis que llena de sentido nuestra vida, dándole impulsos de originalidad y belleza? Al final lo importante será saber establecer una alianza con nuestro entorno y con nuestro interior y así poder vivir dignamente, libres de esclavitudes. La clave será poder identificar dónde tenemos fijado cada uno de nosotros, los deseos del corazón.

4- Conclusión.
Tiempo libre, educación social y silencio son tres dígitos que si se suman, darán como resultado una realidad que más se acerca a la perfección que al desbarajuste.
Hoy el educador social encuentra en el tiempo libre mucho más que una simple salida profesional, se encuentra a sí mismo, replanteándose su propia historia personal, poniendo la vida entre las manos y preguntándose si realmente está convencido de vivir su tiempo libre como lo está viviendo, seguro de no confundirse cuando se presenta como modelo de ocio personalizado de cara a la luz pública. El tiempo libre cuestiona al educador social en su coherencia de vida, y le examina de la credibilidad de sus palabras en los hechos que manifiesta.
Para que este grado de profundidad y seriedad pueda darse ha de ser el silencio el primer consejero, será en el silencio donde se tomen las decisiones importantes, será en el silencio donde jerarquicemos nuestros valores, será el silencio quien nos ayude a redimensionar nuestra vida llevándonos al asombro de la intimidad, de la contemplación de la realidad con ojos nuevos.
El educador social tiene en el tiempo libre una puerta abierta para poder educar en el silencio y la contemplación, tiene el compromiso de desmitificar la equivalencia entre el silencio y el vacío, revalorizando el sentido de riqueza interior que ha quedado ahogado por la esterilidad de una realidad que ya no dice nada.
En medio de una realidad que grita consumismo e inmediatez, el educador social será la piedra de toque hacia lo místico, hacia las fronteras de la vida humana. El silencio será aquí el tiempo libre de quietud, de vivencia en soledad, de inmunidad a lo superfluo, de desapego a lo efímero…Vistos los ingredientes que forman este caldo de cultivo, al educador social no le quedará mas remedio que ofrecer un tiempo libre de minorías, un tiempo libre que va contracorriente; le tocará ser el enano que lucha contra el gigante, le tocará
hacerse silencio y contestar con silencio a las muchas miradas «dilapidadoras» de este mundillo de sordos.
En el educador social están depositadas las esperanzas de muchos jóvenes, niños o adultos que buscan espacios de silencio limpio, alternativas que se desarrollen lejos de la despersonalización ruidosa de cada día. Con ello se le exige al educador social, ser él mismo un hombre de silencio, que respire, comunique, transita y viva el silencio. Este educador que vive el silencio, podrá hacer ver a los demás que «viviendo desde dentro» cada instante, cada realidad,cada acontecimiento, cada detalle por mínimo que sea, la vida adquiere un gusto especial, encierra una plenitud y una riqueza demasiado grande para poder descubrirla a simple vista.
En el desarrollo del tiempo libre con los diferentes colectivos, el educador social fomentará la vinculación entre el ocio y el silencio desde la práctica y el acercamiento a cualquiera de las formas de arte existentes: pintura, escritura, escultura,… todas ellas, expresión del reflejo más profundo que nos hace ser personas de trascendencia.
Tal vez hoy haya quedado superada la tendencia de aquellos primeros educadores sociales que se perdían en el activismo. Hoy el reto será comprender el silencio, hacer momentos de silencio, buscar momentos de silencio y así encontrar de forma transparente el sentido de nuestro ser, pensar y actuar. Un educador social que en su tiempo libre no busca el silencio sino que lo rehuye, está caminando en dirección al fracaso. Por eso, no sólo debe procurar silencio para el ocio de los demás, sino que a la vez debe anhelar la verdad en un
ambiente de silencio.
Posiblemente el mayor desafío del tiempo libre para los educadores sociales del presente y del futuro sea enfrentarse a las toneladas de ruido que han invadido por sorpresa los espacios de silencio de los hombres. Educación social, tiempo libre y silencio van a ser la combinación explosiva que ponga en juego la felicidad de la humanidad. Demasiado serio para ser real.

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* Antonio Díez González
Diplomado en Educación Social por la E.U. «Cardenal Cisneros». U.A.H.


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