Reflexiones de un educador social (desde un centro de menores del sur de España)


De los que ya ve lejos la ilusión universitaria pero también lejos su final profesional.

Como buen Educador Social soy poco dado a plasmar por escrito las vivencias o experiencias de nuestra profesión y tampoco a teorizar sobre ellas. Leímos en nuestra etapa universitaria a nuestro querido Freire con admiración y hemos adaptado y reducido su teoría del Acción-Reflexión-Acción al Acción-Informe Técnico-Acción.

Pero en esta ocasión si quisiera realizar una pequeña reflexión sobre un hecho acontecido en el Centro estos días atrás y que quisiera compartir con vosotros:

Érase un día cualquiera de un grupo cualquiera. Un menor A en su cuarto recibe la noticia de que su familia no ha cogido la llamada que él había solicitado. Este hecho aparentemente insignificante y rutinario se convierte para A en el detonante para estallar de frustración y rabia. Realiza un paralelismo entre esa negativa a ser recibido por su familia con lo que ha sido para él su vida: familia desestructurada, abandono familiar temprano, desprotección, soledad, exclusión, marginalidad, institucionalización… es decir, la secuencia de muchos de nuestros educandos que, no por ser habitual, debe de dejarnos insensibles.

Escuchar el relato desde la desesperanza al otro lado de la puerta de su habitación resulta desgarrador para educadores, menores o cualquiera que, con un mínimo de sensibilidad, estuviera escuchando. El intento de calma por parte de mi compañera y yo mismo no produce ningún efecto en A y ante la mirada cómplice entre los dos educadores y ante el riesgo evidente de que A se pudiera autolesionar en su cuarto decidimos optar por lo que parecía evidente: llamar a Seguridad. Reconozco necesaria la presencia de Seguridad en este perfil de centros (nada más lejos de mi intención que cuestionar esta figura profesional), pero a mí me da la sensación de que cada llamada a Seguridad es un pequeño traspiés/fracaso de todos: empezando por los menores, pero también de educadores y del propio funcionamiento del centro.

Pero justo antes de realizar la llamada, otro menor B que hasta el momento permanecía en su cuarto escribiendo cartas, poemas y canciones para las novias de sus compañeros, nos pide que confiemos en él y que le permitamos entrar al cuarto a hablar con A. Ante la actitud todavía agresiva de A, permitimos la intervención de B pero al otro lado de la puerta del cuarto. Cada palabra de B en sus 10 minutos que duró su intervención con A, fue un claro ejemplo de la importancia y el ascendente que tienen los iguales. No sobró ni faltó un punto ni una coma, educativamente fue una intervención de manual que consiguió calmar y hacer reflexionar a A hasta su progresiva tranquilidad. Al margen de una intervención adecuada en tiempo, forma y contenido que pudiéramos haber suscrito cualquier educador (mensajes yo, escucha activa, empatía y orientaciones/indicaciones positivas), B contó con otro factor determinante que llegó más a A: su relato personal similar al vivido por A, su referencia como igual y su ascendente como persona referente en el grupo de menores.

En este caso la secuencia terminó bien: A se calmó tras escuchar el relato de B, B volvió a su cuarto a seguir escribiendo cartas, letras y canciones de rap y los dos educadores con la piel de gallina por lo que acabábamos de vivir y sentir. Son de esos episodios para recordar en los momentos bajos de nuestra vida profesional, todo un alegato a la ilusión perdida ante la realidad de cada día.

Soy Educador Social desde hace 15 años, desde hace 5 años acudo a este Centro aunque con escasa frecuencia por lo que cada vez que regreso es un grupo nuevo, educadores nuevos y menores nuevos por lo que uno estorba más de lo que aporta. Creo, por tanto, que tengo un bagaje algo escaso pero suficiente como para ser consciente de que lo que he intentado relatar con final feliz no es lo habitual en nuestra profesión y menos en un entorno como el del Centro. Sé además que la intervención de B tan constructiva y positiva para su compañero, para él mismo y para el grupo, en otras muchas ocasiones ha ido dirigida a destruir en lugar de construir, de restar en lugar de sumar. Desde ahí la cautela, la crítica y el relativizar lo expuesto. Ni quiero ni pretendo que este hecho sea tomado como referencia, no es mi intención. Simplemente la situación me ha llegado a las entrañas como persona primero y como profesional después y me ha servido para reflexionar (y no sólo emitir informes técnicos) sobre estos y otros aspectos que son tremendamente obvios, básicos y requeteconocidos como educadores pero a veces la dinámica del día a día hace que nos olvidemos:

- Detrás de cada menor que tenemos al lado, hay una historia de vida personal y familiar dura y desgarradora que no justifica determinadas actitudes y comportamientos pero que es necesario conocer y por lo menos intentar comprender para facilitar empatizar.

- Los menores que están con nosotros en el centro tienen una serie de capacidades y habilidades positivas y necesarias en primer lugar para ellos, pero también para el grupo y la convivencia. Sé que, en ocasiones, están bien escondidas y lo habitual es que se muestre la parte más destructiva pero en eso consiste uno de los retos principales de nuestra profesión. No por resultar difícil (en ocasiones parece que imposible), no por ver pasar menores que no han/hemos sacado nada en claro tiene que hacernos perder la esperanza y la confianza en ellos y en nuestra labor. Sabemos que el final habitual es diferente al ocurrido entre A y B pero no por ello tenemos que dejar de creer en historias y vidas en positivo. Desde la cercanía, el afecto, el apoyo pero también la exigencia y la responsabilidad se puede conseguir pulir/dotar a los menores de una visión más positiva y constructiva de sí mismos que les permita el día de mañana poder afrontar el siguiente obstáculo en su vida con una herramienta diferente a la que hasta ahora habían utilizado.

Si lo consiguen o les ayudamos a conseguirlo perfecto, sino se puede: no hay que perder la esperanza. Ya lo dijo nuestro primer filósofo occidental hace unos cuantos siglos: “La esperanza es el único bien común a todos los hombres; los que lo han perdido todo, la poseen aún” (Tales De Mileto)

Un saludo!!

http://www.educablog.es/2011/11/09/reflexiones-de-un-educador-social-desde-un-centro-de-menores-del-sur-de-espana/

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