Madre desnaturalizada por Mariana Alegre

Cuando uno piensa en mamá suele imaginar una figura protectora y cariñosa. No importa la edad ni el estilo; no importa si es una madre millonaria o humilde, si es profesional o ama de casa, si es una madre soltera o casada. El denominador común es el amor incondicional y casi perfecto que profesa a sus cachorros y la fuerza con la que los defenderá en caso estos sean amenazados o estén en peligro.

Si uno piensa en aquellas madres que fallan en su rol de cuidado, que renuncian a la protección o que, simplemente, no desbordan amor, entonces aparece esta nueva especie, una sub raza, un híbrido entre el humano y el monstruo: las madres desnaturalizadas. Terrible adjetivo que las acompaña, que les arrancha su carácter humano, que las muestra como son: anti naturales, sin instinto, atrevidas por haber desafiado la razón de ser de esa especie: reproducirse, cuidar a sus vástagos y, en el camino, ser felices, muy felices.

¿Cómo es una madre desnaturalizada? Uff! Hay demasiadas en el mundo. Para empezar, es desnaturalizada la madre que abandona al padre de sus hijos y a los hijos –¡cómo se atreve! ¡qué barbaridad!–, la que se va con otro, con su amante, con su novio, con su amigo. No importa si fue por calentura o si fue por verdadero amor. Da igual. Abandonó a la familia primigenia, la destruyó y eso es imperdonable. Otro especimen: la madre que deja a sus niños por irse a estudiar un postgrado o porque le ofrecieron un trabajo en otro país. “¿Dejarías a tu hija por un trabajo?”, me dijeron una vez –y sólo iba a cambiar de trabajo mientras estaba embarazada, con lo cual podría perder el derecho a la licencia de maternidad–. Otra madre desnaturalizada producto de los tiempos modernos –y sin tener que irse del país–: la madre trabajadora, la que se queda hasta altísimas horas de la noche en una oficina… ella también es una madre desnaturalizada, porque prefiere la frildad de una oficina al calor de los cuerpecitos de sus hijos cuando la abrazan. Pero por encima de todas, la madre que se corona majestuosamente en la cima de la escala de la monstruosidad, es la madre que abandona a su recién nacido en la clínica o en un parque. Esa es la peor –¡qué inhumanidad!–.

Esta última, sobre todo, acaparará titulares; será vilipendiada casi tanto como el Monstruo de Armendáriz. En estos casos, la prensa compite para ver cuál la muestra en su peor faceta. Su nombre será pronunciado con vergüenza; su dirección prácticamente puesta a disposición de todos y será, por supuesto, una madre desnaturalizada, terrible, inhumana. ¿En qué estaría pensando para hacer algo tan terrible como eso? Nadie se ha preguntado el porqué del abandono, porqué se decidió por abandonar a su bebé y dejarlo en una caja, en una puerta y sin notita, pues eso solo pasa en las películas. Y sin embargo me pongo a pensar: ¿acaso esa madre no es una víctima más? ¿No es una mujer que está pasando por uno de los momentos más confusos de su vida? ¿Qué pasaría si ese bebé fue el fruto de un embarazo no deseado, de una violación?; ¿no es posible acaso que esa pobre mujer esté sufriendo de una terrible depresión post parto?

Recuerdo un caso de hace algunos meses: una madre “desnaturalizada” abandonó a su bebé en una maleta en la calle –en La Molina– y lo único que podía pensar cuando vi la cobertura noticiosa fue en los injustos que podían ser los medios de comunicación –y la sociedad en general– con esa pobre mujer.

La pregunta que me hago es si es natural ver a tu bebé y quererlo de inmediato. ¿Eso pasa siempre, acaso?, ¿es tan natural como que tu corazón lata o que tus pulmones se hinchen de aire al respirar? Creo que tenemos que diferenciar entre lo que es natural –o a lo que estamos acostumbrados a llamar así– y lo que es automático. Y no: querer a tu bebé de manera inmediata profundamente no es siempre automático. Qué suerte las madres y los padres que han podido enamorarse a primera vista de su bebé. Quizá sean la mayoría o quizá no, y muchos madres/padres no se atreven a comentar siquiera esa ligera o gran falta de emoción. Es que, cómo te vas a atrever siquiera a insinuar que no quieres a tu hijo. Eso no se hace, no se dice… pero muchas personas lo piensan.

¿Qué es lo natural y por qué parece estar pegado con goma al rol de la madre? ¿Es acaso natural saltar de alegría cuando nos enteramos que estamos embarazadas? No. Hay embarazos deseados y felices, y ojalá fueran así todos. Pero hay embarazos no deseados e inoportunos, y esos embarazos no llenan de alegría al vientre portador de ese fruto. En absoluto. Los sentimientos que afloran son miedo, a veces terror, decepción, inseguridad y definitivamente, no amor. Mientras avanza el embarazo los miedos que nos acechan pueden ser tan extremos que también, es natural, no querer seguir embarazada, asustarse del parto, del nacimiento, del bebé que vendrá. Y cuando nace esa pequeña criatura y genera su primer sonido de bienvenida al mundo, también es natural no sentir nada por él o ella. “Qué desnaturalizada”, dirán algunos. No señoras y señores. Las que hemos tenido la suerte de querer a nuestro bebé desde antes que nazca, pues fantástico; pero no es así en todos los casos. Hay madres “desnaturalizadas” que no quieren inmediatamente a sus hijos, que demoran unos días, semanas en enamorarse de ellos, y eso ocurre a medida que los conocen. Por eso existe una condición, el puerperio, que surge luego del parto. Y es que el desbalance emocional genera un coctel de hormonas que nos hacen diferente. Es un asunto serio esta condición, y por si no lo creen, les cuento que el Código Penal exonera de culpa a las mujeres que cometen algún crimen durante los 45 días posteriores al parto. Las mujeres puerperales son halladas inimputables, como si fueran un niño: no son responsables penalmente por lo que hagan.

¿Acaso no es posible que este amor incondicional y el rol de madre protectora sea sólo una cuestión aprendida y cultural? ¿Qué tan grande es la carga de machismo en esta distribución de roles en la pareja y en la familia? Históricamente, es la mujer la que cuida a los niños y la que debe cumplir este rol de manera perfecta –y sin quejas, por favor–. Creo que es interesante que reflexionemos sobre lo grande que es la responsabilidad con la que cargamos a las mujeres por el solo hecho de ser mujeres y de poder ser madres. Para explicarlo mejor hagamos un ejercicio:

Olvídense de las madres y piensen ahora en padres desnaturalizados. ¿Estos existen? ¿Cómo un padre puede recibir este cruel adjetivo? ¿Qué tiene que pasar para que merezca un titular en un diario chicha?

Cuando una madre es la protagonista de un caso de violencia infantil y el caso es tan grave que llega a los titulares, el creativo redactor no tendrá mejor idea que poner en letras grandes y si es posible en rojo: ¡MADRE DESNATURALIZADA MATÓ A SUS HIJOS! Pero si es un padre el que lo hace, los calificativos suelen ser otros. Seguramente el padre en cuestión deberá haber maltratado, secuestrado, violado y asesinado a sus propios hijos, todo a la vez, para que reciba el calificativo. Sólo los casos más extremos serán los que se lleven el titular. Total, es común que cuando una pareja se separa, sea el padre el que se va. Y los hijos se quedan, naturalmente, con la madre. Si el marido es el de la aventura… la esposa tendría que aguantar por el bien de los hijos, ¿no? ¿Cuántos padres trabajan hasta tarde, todos los días, y nadie se atreve a criticarlos? Al contrario: “¡cómo se esfuerza por su familia!”, comentarán los familiares y amigos; “se rompe el lomo trabajando por ellos”. Si debe viajar por trabajo o por vacaciones, nadie le reclamará porqué no lleva a sus hijos consigo, ni le preguntarán tampoco cómo hace para viajar y dejarlos así, tan fácilmente. Yo sí creo que el machismo se cuela en esta asignación de roles naturales en la crianza, y no, no me parece justo.

Les dejo el trailer de la película Kramer vs. Kramer, que trata sobre el juicio de una pareja por la tenencia de su hijo luego de que la madre, quien se encargaba del bebé mientras el padre trabajaba mucho y no tenía tiempo, decide abandonarlos para luego regresar y reclamar al hijo. Como bien me decía una de las mamacitas residentes: si el caso hubiera sido al revés, no hubiera habido película.


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