INFANCIA EN SITUACIÓN DE RIESGO SOCIAL

La institución: "una balsa en medio del mar"

El contenido de este artículo surge de nuestra experiencia como educadores en un CRAE de niños entre seis y catorce años. Está basado en la realidad de casos y en nuestra visión de la institución como un recurso temporal. Para nosotros una de las finalidades del educador en un CRAE es facilitar y potenciar el desinternamiento ya sea con una familia biológica o bien con una de acogida, cuando no es posible el retorno del niño al núcleo familiar.


Los Centros Residenciales de Acción Educativa tienen como objetivo la atención de niños y adolescentes en situación de riesgo social; la institución la deberíamos ver como una respuesta a una falta o ausencia de recursos en el entorno social cercano del niño que hace necesario su internamiento para conseguir un desarrollo óptimo de sus capacidades y atender sus necesidades básicas.


Es en este sentido que la institución se podría contemplar desde tres vertientes:

Residencia
  • Como de freno de una problemática que puede afectar el equilibrio del niño o del adolescente: una situación de crisis familiar, abandono, maltrato, abuso, falta de recursos económicos, etc.
  • Como lugar de atención: atender las necesidades prioritarias del niño o adolescente cubriendo aquellos aspectos más deficitarios, urgentes y visibles al entrar en el centro.
  • Como herramienta de desarrollo: mediante los recursos propiamente educativos y los rasgos personales del niño, conseguir una evolución creciente de sus capacidades que le permitan encontrar un lugar en la sociedad y una estabilidad personal.
El internamiento sería el medio para conseguir el objetivo prioritario de toda institución, que es el desinternamiento. Las tres vertientes anteriores siempre deberían enmarcarse desde una perspectiva temporal. Es en este punto donde centramos la descripción de nuestra experiencia concreta como educadores sociales en un CRAE.


El internamiento como medida temporal


Cuando un niño llega a un centro, su situación personal, familiar y social es compleja.

La vivencia que tiene de su realidad hace que en un principio la institución se convierta en el enemigo o el intruso que lo separa de su medio y cuestiona sus "verdades" y las de su entorno. Además, el centro se convierte, en aquel momento, en el eje vertebrador de su vida, es quien decide junto con otros servicios (EAIA, SSAP, etc.) con quién y cómo se relacionará, cómo será su vida cotidiana, quién será su referente más cercano (tutor), etc. Esta situación un poco agresiva, invasiva y poco natural hace que los primeros tiempos de estancia en el centro sean fundamentales para llegar a alcanzar un vínculo de confianza que nos permita trabajar con el objetivo de optimizar su situación personal.

En la puerta
Una vez superado este período, más o menos largo en función de las características del niño, y habiendo establecido el vínculo necesario para incidir positivamente, el objetivo prioritario a tener en cuenta durante el internamiento es cómo llegar lo más pronto posible al desinternamiento; ésta debería ser la idea fundamental del trabajo educativo en el CRAE.

Se abre una línea de trabajo paralela que va más allá de la que día a día ponemos en marcha dentro del centro.

Una vez cubiertas las necesidades básicas tanto físicas como educativas comienza la "apuesta", el riesgo y el trabajo que realmente hacen de este trabajo una cosa extraordinaria.

La institución deja de ser un lugar de estancia para convertirse en un verdadero trampolín.

Esto sólo es posible desde la creencia total y absoluta en las posibilidades del menor y las ganas de arriesgarnos por él y con él. Necesitamos un trabajo riguroso que refleje los objetivos, los pasos a seguir y la evaluación constante de la tarea.
Diálogo
Los objetivos y el plan de trabajo quedan reflejados en el PEI del niño y la evaluación se concreta en los ITSE semestrales. El tutor debe marcar las directrices de la intervención y el equipo, ejecutarlas, previa puesta en común en las reuniones que mantiene el equipo educativo.

El espacio de intervención individual del tutor con el niño es la tutoría. Desde ella se abordan todos aquellos aspectos que hacen referencia a su vida, incidiendo especialmente en el proceso que necesita hacer para llegar a salir del CRAE con las condiciones adecuadas que le posibiliten reiniciar su vida.

Este trabajo necesita que todo el equipo le dé apoyo, que crea en él y colabore de manera que no quede únicamente en manos del tutor, que sea cosa de todos, que la implicación esté compartida.

De entrada conviene darse un tiempo para ver cómo evoluciona la situación familiar y las posibilidades reales de retorno al medio, o con la familia biológica, o con la familia extensa. Generalmente, la realidad no es demasiado prometedora y debe ponerse un límite razonable de tiempo para poder trabajar con el niño otras posibles salidas. Estas otras salidas siempre se deben plantear desde el respeto y la no-traición al núcleo familiar; debe encontrarse la manera de hacer compatible la lealtad "a los suyos" y las posibilidades de seguir la vida de la manera más normalizada posible, es decir fuera del centro. Estamos hablando de familias colaboradoras y de acogida.

Tradicionalmente siempre se ha pensado que sólo los niños pequeños tienen posibilidades de encontrar familias alternativas; nuestra experiencia nos dice que todo depende de la tarea que se haga y a dónde se quiere llegar. 

Acompañar

También existen alternativas para los niños mayores, aunque es verdad que el trabajo debe ser de diálogo constante con el niño, de acompañamiento en el proceso, de respeto total a sus sentimientos y deseos, de creer en sus posibilidades y de concebir la familia de acogida como una herramienta para facilitarle la vida, no como un substituto afectivo de la biológica. Además, en estos casos a veces es necesario convencer a otros servicios implicados que tu apuesta vale la pena, que asumes el riesgo, que el centro responderá. Es necesario no pasar por temerario y saber dar argumentos profesionales que sostengan tu idea básica de desinternamiento, a pesar de que a veces, las presiones por parte de la familia biológica son fuertes.

Iniciamos un proceso con el niño que atraviesa diferentes etapas:

  1. Asunción de su realidad y sus verdaderas salidas de futuro.
  2. Creación de la demanda (que sea capaz de pedir alternativas al internamiento).
  3. Compaginar su demanda con sus sentimientos (ayudarlo a encontrar un equilibrio entre lo que desea y lo que siente, lo que se remueve internamente).
  4. Ayudarlo a soportar la presión familiar que pueda recibir. No dejarle solo y asumir el papel de intermediario, llegado el caso.
  5. Dar apoyo y confianza para que la demanda no se retire. Entender que es un largo proceso interno que tiene altibajos, sujeto a cambios porque están en juego las emociones del niño.
A partir de aquí hemos iniciado un proceso que deberemos seguir constantemente incluso cuando aparezca la familia de acogida.


Hasta este momento todo es un proceso mental y emocional sobre una posibilidad. Se han generado unas expectativas, el niño ha sido capaz de hacer una demanda y mantenerla; paralelamente, el centro como institución ha iniciado el proceso: se han enviado los informes pertinentes y se ha presionado para que la demanda fuese atendida.



Durante este período de tiempo el niño se debe haber sentido escuchado e implicado de alguna manera. Debe estar seguro de que no se encuentra solo ante la determinación que ha tomado. Que sus miedos y angustias son lícitas y acogidas, calmadas cuando haga falta, y que realmente todo el mundo confía en él.

Navegando
También debe sentir que nada es irreversible, es decir, que todos tenemos conciencia de la dificultad de su proceso y le permitimos dudar y aceptamos su ritmo. Sería muy negativo querer acelerar el proceso, es preferible pararlo para retomarlo más tarde que correr demasiado y llevarlo al fracaso. Pase lo que pase, él debe sentir que su decisión será respetada.

Cuando finalmente aparece una familia, ya no hablamos de posibilidades sino de una realidad tangible. Y a partir de este momento comienza una tarea de acompañamiento en la cual todo el equipo está implicado.

El miedo a lo desconocido y a realidades sociales diferentes está presente en todo momento. El miedo a no ser aceptado, a no ser suficientemente adecuado, a no gustar y al rechazo hacen que en estos momentos el niño piense que tal vez sea mejor echarse atrás y no arriesgarse. Conviene mantener con él un diálogo muy estrecho, darle en todo momento confianza y seguridad.
Acercamiento
También se debe mantener un diálogo estrecho con la nueva familia, que a la vez se encuentra en una situación desconocida y que todavía no conoce bien al niño. Como educadores es importante estar muy presentes y canalizar los posibles conflictos.

Pasado un tiempo en el que hayamos observado que el vínculo entre la nueva familia y el niño se va consolidando, nuestra tarea principal es la separación progresiva, saber retirarnos sin dejar de estar presentes por si surge cualquier imprevisto. Entonces tenemos que dar espacio suficiente para que el niño pueda sentir que su lugar ya no es el centro. Su vida comienza de nuevo y nosotros somos su pasado.

También somos conscientes de que hay casos en los que, a pesar de todos los esfuerzos empleados, no es posible llegar al final deseado. Pero, aun así, vale la pena arriesgarse a pesar del posible fracaso porque siempre aprendes de la experiencia y siempre es enriquecedora para el niño y para los educadores.

¿Por qué una balsa en medio del mar?
Porque el centro es el que te permite no ahogarte en medio de un mar tempestuoso y debe darte la posibilidad de volver de donde vienes, si la situación ha cambiado, o bien de buscar otros lugares posibles. No puedes permanecer indefinidamente en una balsa porque, por sí misma, es poco sólida y sobre todo porque no es para siempre.

Adelaida Fernández, Educadora social y licenciada en Pedagogía; Núria Nieto, Educadora social y licenciada en Psicología




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