Capítulo 4

El centro de Vic es pequeño, y los 14 menores ingresados allí forman, por así decirlo, una gran familia. Está situada cerca del Passeig de la Generalitat, a unos cinco minutos del centro de la ciudad vigatana. Nada más entrar, hay una sala bastante grande que hace la función de sala de espera. A la izquierda de ésta, se encuentra el despacho de Joan Sala, el director. Allí trabaja, recibe llamadas y visitas y también es allí adonde van los chicos cada vez que, por el motivo que sea, tienen que hablar con él. Es un despacho pequeño, o quizás hay tantas cosas allí que se ve más pequeño de lo que es. Tiene dos mesas y cuatro sillas. En cada mesa, además de un ordenador, hay montones de papeles, carpetas, portafolios,… Y en las sillas siempre hay algo: una chaqueta, una mochila, una bolsa,… Así que cada vez que uno quiere sentarse, primero ha de hacerse un hueco. El despacho también dispone de dos estanterías, ambas repletas. Joan Sala, con su mirada tranquila y su carácter amable, recibe allí a cualquier persona que tenga que hablar con él. Además de trabajar en el centro, imparte clases en la Universidad de Vic y hasta hace poco también trabajó como periodista. 

Un centro trata de ser para los chicos, lo más parecido a un hogar. Es un ambiente de cariño donde priman el afecto y la comprensión pero, también, la disciplina. Los niños van adquiriendo los hábitos que les permitirán integrarse en la sociedad cuando, cumplida su mayoría de edad, deban abandonar el establecimiento. Los centros residenciales funcionan como una familia extensa. Al comienzo a algunos niños y niñas les cuesta adaptarse a un sistema de vida ordenado, con normas, horarios y disciplina, pues muchos de ellos han vivido en la calle, sin hábitos y sin que nadie los controle. Pero el objetivo es formar personas que, una vez adultos, puedan insertarse fácilmente en la sociedad, lo que con cariño y paciencia se logra. Los niños y adolescentes comprenden que los centros residenciales son lugares estables y seguros para vivir donde tienen amor y todos los elementos materiales para desarrollarse. 

El CRAE de Vic, como cualquier otro centro residencial, tiene un sistema disciplinario no muy alejado del que puede haber en cualquier hogar corriente. Así que las normas que hay no deberían ser muy difíciles de seguir, una vez que te acostumbras a vivir ahí. Cada chico, dependiendo de si ha de ir al colegio o a trabajar, tiene una hora determinada para levantarse. Han de levantarse con el tiempo suficiente para ducharse, vestirse, desayunar y prepararse las cosas para ir al colegio o al trabajo. Después de salir del trabajo o del colegio, los chicos pueden pasar la tarde fuera del centro, con los amigos, como cualquier otro chico. Si son pequeños no salen solos, sino que van acompañados por los educadores del centro. Vayan a donde vayan por la tarde, tienen que llegar al centro a la hora de la cena, que suele ser de 20:30 a 21:00h. 

Por la noche, los mayores no pueden salir, exceptuando los viernes y sábados. Los viernes pueden salir hasta las doce y los sábados hasta las dos. Y nada más. Quizás el tema de los horarios sea el que más cuesta de asimilar, sobretodo cuando los menores llegan a los 16. Es una edad difícil y ven como sus amigos de fuera salen más que ellos, pero es algo a lo que se acostumbran. O no. Muchos son los que salen a escondidas por la ventana cuando los educadores piensan que están dormidos. 
Por lo demás, las reglas son las que hay en cualquier sitio: respeto, orden, puntualidad, educación, etc. 

Al hablar del centro de Vic, los chicos que ya están fuera recuerdan, sobretodo, las tardes allí escuchando música. Muchas son las horas que marcos pasó con su amigo Ivan escuchando música en la habitación que compartieron durante tanto tiempo. El día en que se conocieron pasaron la tarde en Los Billares, un bar de Vic donde puedes jugar al billar mientras tomas algún refresco. Ivan ya llevaba tiempo en el centro y un educador le pidió que pasara la tarde con Marcos, el chico nuevo. Fue el principio de una amistad que, venciendo a las circunstancias, todavía hoy perdura...

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