Capítulo 5

Ivan ingresó en el centro por motivos muy diferentes. Él vivía en Sabadell, con sus padres y su hermana mayor y, en apariencia, tenía una vida normal. O al menos así lo cree él. De pequeño iba a un colegio cercano a su casa y pasaba las tardes con la gente de su barrio.

Tendría unos ocho años cuando empezó a tener sus primeros enfrentamientos con la policía. Robaba. En tiendas y a la gente de la calle. Es lo que hacían sus amigos del barrio y, él, a esa edad tan influenciable, acabó como ellos. Sus padres, si bien sabían que era algo travieso, sobretodo en el colegio, no tenían ni la menor idea de lo que hacía cuando cada tarde salía con sus amigos del barrio, casi todos mayores que él. Es cierto que pasaba demasiadas horas en la calle, solo, pero no se imaginaban que siempre estaba metido en problemas. Los de los servicios sociales se dieron cuenta de la situación y estudiaron el caso. Ha pasado ya mucho tiempo de eso, e Ivan no recuerda muy bien a los del EAIA.

“Yo era muy pequeño. Tenía unos 11 años y, cuando me preguntaban qué hacía por las tardes, les decía la verdad: que me pasaba todo el día en la calle, hasta altas horas de la noche”.

Los del EAIA estudiaron el caso y determinaron, como hicieron con Marcos, que lo mejor para el menor sería el ingreso en un CRAE, es decir, en un Centro Residencial de Acción Educativa. Ivan siempre afirma que lo llevaron a un centro porque era un chico malo, un “mangui”, como dice él, pero en realidad no fue ése el único motivo. Lo más grave que llegó a hacer fue robar un coche, cuando apenas tenía 10 años, y aunque no deja de ser un delito, él no era un delincuente. Cuando el único motivo de ingreso en un centro es la delincuencia, los casos son estudiados por el Departamento de Justicia. Son casos en que hay denuncias de por medio, casos en los que hay una víctima y un acusado, el menor. Los CRAE, sin embargo, pertenecen al departamento de Acción Social y Ciudadanía. Son cosas muy diferentes. Este último, como indica su nombre, son de acción social, es decir, se responsabilizan de menores que viven en condiciones que pueden ser adversas para su crecimiento y desarrollo. Hay casos muy diferentes, unos muy extremos y otros que no lo son tanto. En ocasiones, se trata de niños víctimas de malos tratos, y otras veces se trata de niños que simplemente no están bien atendidos por sus padres. Es lo que el departamento de Acción Social y Ciudadanía llama desamparo. Se considera que hay desamparo cuando los padres del menor están imposibilitados para ejercer sus responsabilidades como padres. También se considera desamparo cuando los padres incumplen los deberes de protección establecidos por las leyes para la guarda de los menores o bien cuando no les proporcionan los elementos básicos para el desarrollo integral de su personalidad. 

Ivan recuerda el día que se lo llevaron como uno de los más tristes de su vida. Vinieron los Mossos de Esquadra a su casa y, entre lágrimas, tuvo que irse con ellos hasta el centro Residencial de Osona. 
“Fue muy triste, no dejábamos de llorar, tanto mis padres como yo. Me sentí muy mal por ellos”

El primer día que estuvo en Vic no dejó de llorar. Pasó su primera noche pidiendo, entre lágrimas, que le dejaran volver a casa con sus padres y con su hermana. Se sentía extraño, alejado de lo que siempre había tenido. Tenía miedo. Miedo a lo que pudiera encontrarse allí. Miedo a no ser aceptado. 
Pero no tuvo más remedio que aceptar su situación. Empezó a ver las cosas de forma distinta y lo que en un principio le pareció un castigo acabó convirtiéndose en una nueva oportunidad. Estar en el centro de Vic le dio la oportunidad de conocer a gente nueva, de vivir en un sitio nuevo. La oportunidad de empezar de cero. 
Ivan es uno de los pocos chicos que nunca se ha cambiado de centro. Desde los 12 hasta los 17 años estuvo en Vic. Y es que Ivan, fuera de lo que pudiera parecer, era un chico poco problemático. En el centro nunca causó ningún problema y es considerado por Joan Sala, el director, como un buen chico fácil de tratar.
“Aquí vienen chicos que proceden de familias muy desestructuradas, chicos que no han visto más que violencia a su alrededor. Ivan era un buen chico. Lo único malo que pudo hacer fue no cumplir alguna norma y poco más. Nunca se puso violento ni nada”

¿Violencia?

Y es que en un centro, la violencia puede llegar a forma parte de la vida de los que viven y trabajan allí. Más de una vez, los educadores se han visto incapacitados para controlar a los chicos que, por los motivos que sea, descargan su furia contra ellos. Gritos, insultos, puñetazos, lanzamiento de objetos contra ellos, patadas,… Son casos aislados, según el director, pero son, por su fuerza, los que más recuerda. Es inexplicable la sensación que se siente cuando un niño se pone violento y, por muy malo que pueda parecer, no puedes dejar de verle como a una víctima más. Una víctima de lo que ha tenido que vivir y sufrir en sus pocos años de vida.


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